jueves, 29 de diciembre de 2011

Tomás Segovia: sin arma y sin coartada

Algunos de los poemas publicados en Rastreos y otros poemas (Ediciones sin nombre 2011) los leí en algunos suplementos culturales como Laberinto del periódico Milenio y La jornada semanal: Era eso y Cuarto rastreo respectivamente. Comenté en otra entrada sobre el primero y el ejercicio que había hecho junto con mi amiga Lorena. Del segundo publiqué algunos versos en el muro de mi facebook. Transcribo la tercera estrofa completa:
Por una vez me lo diré en un sitio
Donde pueda decirme
Sin ser oído de ninguno
Que soy yo el más valiente
Soy el que no le teme
A la dulzura a la ternura a la emoción
Al peligroso amor ingobernable
No teme ser amado
Se atreve a dar la cara a esa deuda insaldable
Y prefiere arriesgarse a morir endeudado
Pero no mentirá que nada debe

Ese sitio del primer verso es un espejo, pero ese espejo es el poema. Por fortuna para sus lectores el poema es un espejo que resuena, y hacemos eco de las palabras. Como éste, los veinte rastreos que conforman la primera sección del libro son una especie de rendición de cuentas consigo mismo: Veinte rastreos por mis lindes es el título completo de la sección. 
   La segunda sección del libro se titula simplemente Otros poemas y a su vez se subdivide en  Horizonte arbolado, Hay días y Déjala correr. En la primera sección de esta segunda parte se habla de los árboles, en la segunda  de los días fríos. El nombre de la tercera sección me intriga un poco ¿a quién o qué se refiere? Es una frase como de director de cine: deja correr la cinta, la película, la vida.  En esta última parte encuentro poemas tan conmovedores como los primeros que he citado: Intruso, que habla de la muerte:
Qué me puede esperar allá adelante
Qué me puede esperar
Allá donde no hay nada que esté esperando nada
Y de la resignación de que uno también va a morir:
Qué peligrosa convicción seguir creyendo
Que yo el borrado yo el más huérfano
Nunca tendré derecho a dar la esplada

   Nacimientos, que para mí trata de su llegada a México y de cómo nació este amor interminable:
Que se podía hablar con el destino
Que no era cierto que era siempre de otros

   Pero es el poema De la mano el que volvió y vuelve ahora que lo releo a provocar el llanto, a que las cuerdas vocales hagan su nudo en la garganta:
Era mi infancia sí era mi infancia
Y la llevaba yo
Puedo decir que toda entre mis brazos
No hallaba en mi entorno extranjero
Donde posarla o con que envolverla
De sus días colgaban sin suelo sus raíces
Y en todo lo abarcable ningún sitio era el suyo
(…)
Aquella fresca brisa juguetona
Que me desordenaba los cabellos
Era tan mía como de cualquiera
Y no necesitaba apartar ningún velo
Para mirarle en los ojos  al mundo
Aquella brisa  clara aquel paisaje en vilo
Aquella hora sin dueño
Toda aquella indigencia sagrada eran el mundo
Y a falta de una brújula y un mapa
Eran la mano de la vida misma
La que allí me llevaba de la mano

   Cuánta orfandad e intemperie siento al leerlo. Hay muchos exiliados que nunca han salido de su tierra, para quienes el sentimiento de ausencia y soledad viene acompañado por la indiferencia y sus silencios. Tomás Segovia en el mismo poema escribe algo que me parece fundamental para ser un gran autor y no regatearle nada a esa vida que nos lleva de la mano casi maternalmente:
Avanzaba sin arma y sin coartada
Y desarmando toda enemistad

Es decir, se mostraba vulnerable y con una ternura infinita: la claridad de sentimiento. Que, quiero decirlo, ya se mostraba esa claridad, esa luminosidad (si bien desde siempre en sus poemas, menciono Besos por ser uno de sus más famosos), en el poemario Siempre todavía en poemas como Citas, Difícil o Más difícil.
   Miro la foto donde aparece Tomás Segovia junto con Gonzalo Rojas bebiendo un vino blanco y un tinto en la Casa del refugio de Citlaltépetl en el Distrito Federal. Los dos han fallecido este año.  La foto es oscura pero ellos se ven con bastante claridad. Tomás Segovia está hablando, dice algo, con el índice parece hacer hincapié en un pensamiento, no, en un sentimiento…casi lo oigo que asegura para quien quiera escucharlo - De eso se trata…


Tomás Segovia y Gonzalo Rojas celebran el fin de año 2011












lunes, 19 de diciembre de 2011

Estilo *


La isla puede llamarse Roatán, Alacranes o La Blanca.
El agua toma la forma de la inmensidad.

Sólo quien se zambulle y arriesga
aprecia todo lo hallado alrededor de la tortuga.
Quien permanece observando la arena
puede mirar las arañitas que entran y salen,
la huella del deambular de un caracol
(que por su trazo parece jugar a la ebriedad pasional),
la elegancia del Ángel Emperador
que asiste al espectáculo de Mimo, el pulpo de Indonesia.
Quien permanece observando la arena puede mirar
cuando, de forma intempestiva, aparece la cabeza de un pez abriendo la boca.

Abajo,
quien escucha la música silenciosa del mar
aprende a dejarse llevar al gran baile de las corrientes marinas.
Inmerso,
en la profundidad del océano
descubre, como si fuera el tesoro de un naufragio,
un vocabulario,
un ritmo,
otra forma de ser.
La parte acuática de su mundo.
Fotografía de Patricia Zorrilla de la serie Veracruz 05/08.                                                                                             
  
   
 * El poema lo escribí después de que Patricia me platicara sus experiencias en el buceo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El vicio de no poder ser yo mismo

Algunos tienen problemas con el alcohol, otros con las drogas, unos más con el tabaco, la comida o las mujeres; yo, con las tensiones que surgen entre el yo y el yo no... (no el no-yo sino el yo no).
   Yo tengo problemas conmigo mismo.

  

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una vuelta por el lado salvaje del corazón (Dos poemos oscuros)

Carnicero

Hay que aprender a comer
el corazón con espinas
Nada hay más peligroso
que una mujer apacible

El delito de la noche
es enterrarme sus vicios
Manoseo la oscuridad
donde gotea el miedo

Estoy harto
de ser un borracho
en los baños públicos

Estoy harto
de ser maltratado
por su indiferencia

Quiero los años que dan por asesino
vivir con gravedad

Carnicero
Carnicero
sólo soy un carnicero
Carnicero
Carnicero
sólo soy un carnicero

Las carnes colgadas
en los ganchos del sueño
sangran sus tinieblas
¿he cometido un crimen o un milagro?

No se puede andar
exhumando cadáveres
por eso mi corazón apesta
a la sangre de los mataderos

Estoy harto
de ser un extraño
en este insomnio

Muy cansado
de volver solo
a mis juegos turbios

Quiero una frase que me de por destino
otra oportunidad

Carnicero
Carnicero
sólo soy un carnicero
Carnicero
Carnicero
sólo soy un carnicero

                                          Max Ernst, collage pertenciente a la serie Una semana de bondad

Atmósfera

Las frases están en este cuarto
pero nadie las toca
Oraciones cubiertas de polvo
porque nadie las usa

No escucho sus voces
porque me miran en silencio
Una lágrima es una gota de locura
para quien le habla al espejo

Fuera de sí
dentro del no
Fuera de mí
dentro del yo

¿Qué uso como carnada?
Un gusano o una mujer
El placer es un aparato de torturas
un vicio que se consume así mismo

Yo soy quien observa
la gente ha quedado muy lejos
Yo soy quien escucha
cómo me cimbran los cristales

Fuera de sí
dentro del no
Fuera de mí
dentro del yo

¿Soy raro?
¿Soy raro?
Te pregunto, anda, dime!
¿Te parezco raro?
¿en qué sentido soy?

Hay un tipo persiguiéndome
Alguien está siguiéndome
dentro de mí
Ignoro si es un él o un yo
estoy vigilando a ese hombre
cuando estoy fuera de mi

El instinto no me sirve de nada
El instinto no me sirve de nada
El instinto no me sirve de nada
El instinto no me sirve de nada





miércoles, 16 de noviembre de 2011

Alrededores de un poema de Tomás Segovia

Los epígrafes son las magdalenas de la escritura. Cualquier texto que se lea provoca la memoria, la evocación, el epígrafe se convierte en esa magdalena que remojamos en el pensamiento. Lo diré otra vez: el epígrafe es la magdalena de la escritura. Remojo una frase en el pensamiento y se abre un mundo nuevo: mi escrito.

13 de noviembre 2011
Esta mañana amanecí con una erección juvenil. Estuve disfrutando el hecho sin terminar de proponerme el masturbarme. Al final, Paulo tocó la puerta para pedirme sus medicamentos. Dejé de pensar en ellas. Decidí incorporarme para ir a comprar la fluoxetina y pasar por los análisis de litio.
   Fuimos platicando sobre la caída del helicóptero del secretario de gobernación ocurrido el día anterior, el 11/11/11 a las 11:11; cuando se abrió la puerta cósmica de la que estuve
bromeando en la semana. Hablamos de la simulación del sistema para combatir el rezago educativo, el narcotráfico, etc. (Paulo mencionó a Braudillard), y de la economía europea: la italiana y la griega. Llegamos platicando a la farmacia de Cuauhtémoc y el eje 5. A Paulo se le había hecho tarde para sus clases de violín. Le di el medicamento y se fue. Terminé de hacer la compra bromeando con las dependientes sobre mi edad y mi apariencia.
        Ojalá fuera de 1996, soy del 62. le dije a la empleada que me preguntaba mis datos para el monedero electrónico.
        Pero se ve más joven, terció la cajera.
        Si, pero no de quince años, dije y agregué, aunque me ha hecho el día…
   Todo era muy adolescente esa mañana.

   Crucé Cuahtémoc y compré los periódicos: El país y el Milenio en el puesto de la esquina. Llegué al laboratorio y recogí los análisis. Había comenzado a leer Laberinto, suplemento cultural del Milenio (el poema inédito de Tomás Segovia), cuando me entregaron los resultados. Suspendí la lectura para checarlos . El litio se encontraba en el rango de lo normal. De regreso pasé por la panadería El Globo.  Y me dispuse a comerme una chilindrina con un capuchino moka. Ya sentado, abrí el periódico. Volví al suplemento para darle lectura al poema de Segovia:

Era eso

Detenerse un momento
No sabiendo por qué
En una apaciguada orilla
Donde un frescor nostálgico
Que por allí retoza
Vivifica la piel de nuestro rostro
Mirara el agua ensimismada en sus reflejos
Las nubes distraídas
El verdor repartido en sabias manchas
Y saber con certeza que era eso
Que para estos momentos
Ha vivido uno tanto

Lloré al terminar de leerlo y releer el título: Era eso. Ahora me doy cuenta que estaba en esa apaciguada orilla. Después de la semana ardua veía el verdor repartido en sabias manchas, las nubes distraídas. Que, por estar en ese momento tomando el café y comiéndome la chilindrina era que había vivido tanto. Pensé en el que el recorrido de esa mañana tenía esta culminación redonda y que era perfecto el momento.
   La noche anterior Lorena me había mandado un mensajito por el celular: Que nuestros deseos se hagan realidad. Claro que sí! De alguna manera ya se están haciendo, contesté.
   Suspendí la escritura de mi diario cuando llegó Carlos Miranda al café y nos pusimos a platicar.
   Al otro día, esto lo escribo hoy 16 de noviembre, le pregunté a Lorena si había leído el poema de Segovia y, me dijo que sí que hasta lo había posteado en su facebook y no sé en qué otro lado. Abrí la página electrónica de Milenio y volvía a leer el poema, además de compartirlo en mi muro. Lo leí y me di cuenta que podía rescribirlo, que si la apaciguada orilla era el café, esa nostalgia era de mi infancia en las panaderías. La familia de la pastelería francesa: mi papá con mis tíos Juan, Armando y Enrique viviendo en el D.F. Que el café y el pan eran las nubes, el verdor… y escribí mi propia versión del poema:

Sábado por la mañana

Paso a El Globo
A tomarme un café con una chilindrina
Entrar a las panaderías me trae recuerdos de mi infancia
Leo un poema de Tomás Segovia en el periódico
Era eso
Precisamente eso
Lloro un rato
Una dicha inaudita me conmueve
Eso de haber vivido tanto, ese logro
Disfruto el pan y el capuchino moka
Con las mismas ganas de mi niñez

Se lo enseño a Lorena y la invito a escribir su propia versión. Lo escribe y me dice, con el entusiasmo que le caracteriza en estas circunstancias:
-         Pongámoslos en nuestros blogs…
 Este es el enlace para El tamarindo cabaret: 
http://eltamarindocabaret.blogspot.com/2011/11/sanisima-intertextualidaddialogo-partir.html


domingo, 30 de octubre de 2011

Novela



Primera parte
I
Puede llamarse Juan José o José Joaquín
está esperando que vengan por él en la Encrucijada Veracruzana.
No fuma un cigarro, aunque piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...
ni bebe un tequila, claro, piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...
mira, sin embargo,  los lentos giros cinematográficos del único ventilador del lugar y sigue esperando.

II

Ella le da un dulce y él lo acepta.
Cada vez que platica con ella, al finalizar la cita, le entrega un dulce.
Nunca ha entendido por qué.
Se despiden y ella le regala un dulce.
Llega a casa, se desnuda antes de meterse a la cama. Revisa los bolsillos del pantalón, saca el dulce y lo pone en el buró del lado donde duerme.
Los ha puesto antes sobre el alféizar de la ventana o sobre la cajonera junto al televisor.

III

En el libro anota algunas palabras y subraya algunas frases,
en la computadora escribe parte del informe,
en su libreta roja de apuntes dibuja unas líneas,
unos círculos y coloca ciertos números
Cuando levanta la cabeza, vuelve a esperar.

IV

Cuando llegan al cuarto, ella se recuesta en la cama y mira alrededor
ve los libreros repletos,
ve la cantidad de películas que hay sobre el armario y una cajonera,
ve el ventanal que da a la calle,
y pregunta intrigosa y tú ¿por qué tienes tantos dulces?
El sólo la mira de soslayo y no responde.

V

Despierta temprano, apenas la luz cruza por la ventana,
se levanta y va al baño a orinar.
Abre la puerta del cancel y entra a darse un regaderazo.
Sale, regresa al cuarto, se viste,
prepara un café y se sienta en la silla mecedora.
Pasa todo el día atento a la espera

VI

A veces, cuando está solo parado en la calle, en espera
sentado en el café Forié viendo pasar los perros, en espera
dentro de la cantina comiendo la botana y tomando la primera cerveza, en espera,
ella, como la luz o la lluvia, irrumpe en su vida.

VII

No sabe si quitarse los lentes o ponérselos,
los coloca sobre la mesa por un momento,
se los vuelve a poner y mira la calle, espera…

VIII
Mira el reloj y aguarda, ya llegarán.

IX

Cuando cierra los ojos siente sus manos alrededor de ellos
(No dice – Adivina quién soy? Le murmura algo al oído, unas palabras que piensa anotar después, pero cuando intente hacerlo se le habrán olvidado),
se relaja y dormita.
Se le ve mover los ojos tras los párpados cerrados.
Está soñando con unas palabras que ella le murmura al oído o al odio, según se prefiera.
Todo es un sueño y no hay palabras.
Se acomoda de nueva cuenta en el sillón y aguanta un rato más.


X

Primero, toma un autobús que lo lleve a la terminal.
Después, toma el metropolitano que nunca llega a la hora.
Cuando baja en la estación siguiente desciende por una escalera y aborda un taxi.
Indica al conductor, con las iniciales de cierta institución, adónde va
(no dice - Al aeropuerto rápido, por favor, como una vez lo dijo, pero piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...)
mira al chofer por el espejo retrovisor sin hacerle plática;
llega y se baja.
Entra al edificio, toma su lugar y espera a que el reloj de la hora, pero no llegan.

XI

Se hace un silencio…no piensa nada
Se aburre, mira por la ventana y el silencio no permite que pase nada
Se alarga la pausa…no piensa nada
Oye al silencio como se construye a pausas seguidas, a puro suspensivo…

XII

Persevera en el silencio un instante, en un punto que se hace seguido,
pero sus ojos observan a los lejos y algo de cristal se rompe.
Ella pregunta, apenas con el ceño cizañudo, si va a seguir así o qué.

XIII

Ninguno llega, nadie.
Observa el reloj y mira el nombre de las calles que forman la esquina del albur:
Xalapa y Zacatecas.
Está bajo el paraguas, en la lluvia. No vienen,
está esperando en la Encrucijada Veracruzana.
Le dijeron que aquí.
Busca un dulce en la bolsa del pantalón,
no encuentra nada. Llueve, hace frío y no pasa nada.
Espera…
                aguarda…
                                   y persevera…
camina hacia dentro
y escribe en la libreta roja de apuntes todo esto.

XIV

Mientras escribe:
(anota frases,
discrimina palabras, dibuja unas rayas, unos círculos
y coloca ciertos números);
termina por desaparecer.

XV
¿Continuará?

Segunda parte
I
Tendría que sostener un vaso de whisky con la mano para contar esta historia,
pero no lo tengo, escribo que escribe.
Enciende un cigarro en la oscuridad, frente a la ventana.
El humo que expira se ilumina por el arbotante de la esquina.
Piensa en la luz moviéndose en volutas.
Pero no puede escribirlo, porque, en verdad, no fumo.
Voy al baño, orino. Tomo las cafiaspirinas para el dolor de la sinusitis y el captopril.
Hace por abrir una ventana pero se da cuenta que no hay humo.

II
Las naranjas se pudren
Es como si dijera:
-         Pasa
Y no hubiera puerta o lugar alguno
No hay donde detenerse
Pasa…de largo. Y se pudren, otra vez.

III
Al cruzar la calle observa a los gitanos del primer piso.
Esa mujer de las cejas y los ojos pintados como una muñeca sacada de alguna pesadilla, husmea en los botes de basura.
Esta es la gente con la que convive.
Entra al departamento y se ríe porque encuentra una mariposa negra. Es un presagio de que alguien morirá. Pero el es el único que vive aquí.
Una casa vacía…qué diferencia a un vacío.
En los cajones no encuentra el prozac. Hace tiempo que no toma ativanes, piensa al asomarse por una hoja de la ventana a la calle.

IV
El destino del parque de béisbol esta marcado por el letrero con el nombre de la calle Tom H. Despierta a las 3:20 de la madrugada con un fuerte dolor de cabeza en la nuca y se levanta a tomar el captopril y escribe la frase que ha soñado. Afuera se oyen voces. Otra vez se asoma por la ventana: ve los camiones y trabajadores de la delegación cambiando el alumbrado público.

V
Mucho movimiento, pero sin sentido. Ahora quiero detenerme, quedarme quieto. Escribir tan solo una parte no todo. Capítulos breves, escenas, fragmentos que sean una unidad en si. Los he escrito, por ahí andarán. Basta sólo reunirlos. Detenerse a juntarlos… Abre la ventana y se le vuelan todas las ideas.

VI
Aparece por el atrio una mujer. Viste un verano blanco con vuelo y manchas rojas (no alcanza a distinguir que figura tiene dibujadas). Entra al edificio marcado con el número 915. La ve por la ventana del primer piso. Luego, vuelve a salir. Platica con un motociclista. Es blanca, de cabello negro y usa unas alpargatas de moda. Son sus piernas gruesas las que llaman su atención. Su amiga Jessica esta diciéndole algo, pero él cree que la historia esta allá fuera, detrás de la ventana.

VII
Yo escribo para los pichos, he sido siempre de los de atrás. De los que pierden su mirada, entre otras cosas, por la ventana.

VIII
Luego, me dieron el paquete, escribe haciendo énfasis en él. El paquete estaba envuelto en papel estraza y amarrado con un cordón blanco. Se oyen sirenas de policía por todo el texto y cláxones pitando de forma continuada por cada renglón de este párrafo: un paquete como dios manda. Un paquete de novela negra. Y se lo habían dado a él para que lo entregara.
   Recordó las volutas de luz, el whisky, la estancia vacía. La mujer del verano, sus anotaciones. Mira por la ventana y toma sus medicamentos. Está enfermo, va a morir y escribe esas frases incoherentes en su cuaderno rojo como si no le importara nada…

IX
¿Continuará?

viernes, 28 de octubre de 2011

Invitación para escribir la intimidad desde algunos cuentos para niños de Clarice Lispector *



Sólo se deberían escribir libros para decir cosas que uno no se atrevería a confiar a nadie.                                                                                                   
                                                                                                                        E.M. Cioran

                                                                                              Para mi amigo Pablo Gaete

                                                                                 
¿Por qué celebramos este día a Clarice Lispector? ¿Cuál es la razón que esgrime este puñado de sus lectores para escribir sobre la obra de esta autora abstrusa? Sin lugar a dudas, la razón que sea, no podrá ser de otra manera que elegante y delicada. No abordaré nada técnico. No he escrito nada parecido a recursos narrativos. Quiero abordar la cuestión de la intimidad en los cuentos infantiles de Clarice Lispector, relacionándola con un tema que me interesa, la promoción de la escritura entre las personas comunes y corrientes: la democratización de la escritura. Como pienso que creía Lispector: todos podemos ser escritores. En principio, diré que Clarice Lispector promueve la figura de un lector creativo en el sentido más práctico, alguien que cuando lee escribe sobre su lectura y su propia persona:
   Autor: Todo el mundo que ha aprendido a leer y escribir tiene ganas de escribir. Es legítimo: todo ser tiene algo que decir. Pero hace falta algo más que ganas para escribir. Ángela dice, como miles de personas dicen (y con razón): ‘mi vida es una verdadera novela; si escribiese contándola, nadie lo creería’. Y es verdad. La vida de cada persona es ‘increíble’. ¿Qué deben hacer esas personas? Lo que Ángela hace: escribir sin ningún compromiso. A veces escribir una sola línea basta para salvar el propio corazón, escribe Lispector en su libro Un soplo de vida. Pero ¿cuán seguido escribimos al menos esa línea, sin compromiso?  Se puede pensar que quien salva su propio corazón salva el de muchos otros. Por eso, es un poco egoísta no escribir, porque al no compartir nuestras experiencias estamos impidiendo de alguna forma el encuentro consigo mismo de otro, ayudar a construirse a alguien más, que es lo que yo entiendo como salvar el corazón, la vida. También, impedimos la creación de significado.
   Cuando se habla de promover la escritura se debería estar hablando de compartir y acompañar en sus experiencias a otros. Hay mucho pudor, no estamos acostumbrados a descubrirnos frente a los demás. ¿Cuántas veces hablamos de nuestros sentimientos más íntimos? ¿Cuántas veces confesamos nuestras tristezas y ridículos a otros? Muy pocas. Bukowski, al hablar de la cantidad de libros que había leído en la biblioteca pública de Los Ángeles, resaltaba la obra de John Fante Pregúntale al polvo (Anagrama), porque en él se veían los sentimientos sin pudor alguno, sin miedo. El autor, Fante, se mostraba vulnerable, tierno de tan exhibido y eso era una de sus grandes cualidades. La ternura es una cualidad de la escritura que Maurice Blanchot realza. Hay el perjuicio de que con los sentimientos no se trabaja la crítica. Sin embargo, para Clarice Lispector Escribir es, o quisiera que fuese, confesar mi intimidad. Sin embargo, aprendemos a escribir en la escuela transcribiendo textos de las barajitas que se compran en las papelerías, haciendo resúmenes de las lecturas que se han hecho; se enseña a escribir haciendo planas, copiando frases sin sentido, tomando el dictado. No muy lejos, en la universidad, se habla de “control de lecturas”, el único control que se quisiera que hubiese es el que cuando alguien leyera un texto, aunque no fuese literario, escribiera algo de lo que le dice el texto a él mismo y no lo que los profesores quieren que diga (que además, ya se sabe). Cuando se quiere que un estudiante escriba algo nuevo, se refiere a decir algo desde su intimidad. Como sucede en el cuento Los desastres de Sofía, donde un p´rofesor pide a sus alumnos escribir con sus propias palabras lo que les dice el cuento que les ha leído. Creo que este cuento no podría haber escrito en México, no hay profesores así, ni en la primaria  ni en las universidades. Dice Octavio Paz, en su gran poema Piedra de sol: Si dos se besan el mundo cambia ¿Quién no se interesa por escuchar la experiencia de un primer beso? ¿quién se atreve a escribir su primera experiencia amorosa? (Cito) Escribir es esa búsqueda de la voracidad íntima de la vida, dice Lispector, desde su propia experiencia. Por esa hambre de interior que es su escritura muchos lectores hombres la han tachado como una escritora para mujeres, y puede ser cierto en el sentido de que a los hombres se les dificulta, más que a las mujeres, abrir sus sentimientos a los otros, como asegura el mismo Paz en El laberinto de la soledad: abrirse, rajarse, no es de hombres.
   Ahora sí, adentrémonos en el libro La mujer que mató a los peces y otros cuentos de Clarice Lispector (Colección El barco de vapor, SM. 2004). De los cuatro cuentos que conforman el volumen, hay tres historias de las cuales me interesa platicar porque muestran, de una manera muy sencilla, la importancia que tiene la intimidad para poder contar algo, para poder escribir.
   El primero de los cuentos se llama La vida íntima de Laura y, en una especie de introducción a lo que va a contar, la autora da su propia definición de lo que es la intimidad (cito): Cuando digo vida íntima quiero decir que las personas no deben contarle a todo mundo lo que sucede en el interior de sus casas. Son cosas que no se le cuentan a cualquiera.
   De cualquier modo, voy a contarte la vida íntima de Laura. Subraya el nombre del personaje para después preguntar, quién es y pedirle a sus lectores que adivinen (podría ser cualquiera) para terminar diciendo que Laura es una gallina y además una gallina como todas, nada en especial, excepto por el hecho de que nos va a contar su vida íntima y este hecho vuelve a la gallina y al cuento excepcionales como se volvería quien contara lo que no le confesaría a nadie. Bajo las plumas de esta gallinita se encuentra nada menos que los miedos a la muerte y a las personas, sus cualidades, su esposo Luis, sus sentimientos y pensamientos chiquitos. En el mismo cuento, en una conversación de la gallina con un ser extraterrestre le dice éste: Los seres humanos son muy complicados por dentro. A veces se sienten comprometidos a mentir, imagínateComplicados por dentro, porque no queremos mostrarnos y entonces mentimos. La sinceridad con que cuenta acerca de ella en sus ficciones, sus dificultades para relacionarse con el mundo es una de las razones por las cuales la leemos, la leo.
   Un cuento muy sencillo y simpático, como la misma gallina Laura, donde sólo cuenta sucesos de la vida misma, eso sí hurgando hasta el fondo de cada uno de los cajones donde se guardan las sensaciones. Porque como dice la propia Lispector: Escribir es una manera de no mentir el sentimiento. El sentimiento es la carne de cada texto literario, casi bíblicamente diría que quien escribe debiera ofrecer su sangre y cuerpo a quien lo lee. Para no dejar hueca esa frase de la comunión con los lectores.
   El segundo cuento que quiero comentar es el de El misterio del conejo que sabía pensar. De éste la propia Lispector comenta, en el relato que da título al libro, que es un cuento igual para niños que para adultos (los mejores cuentos para niños son los que conmueven también a los adultos). Y vuelve a mencionar lo íntimo, como un hecho sobresaliente para crear una historia, al decir del misterio del conejo que pensaba: este misterio es más una conversación íntima que una historia en sí. Como escribe de la gallina que tiene sentimientos y pensamientos chiquitos y es más bien tonta (aunque el extraterreste que aparece en la historia la considera muy lista), del conejo dice: nunca nadie imaginó que el conejo pudiera tener algunas ideas. Fíjate bien: no dije “muchas ideas”, sólo dije “algunas”. Y más adelante, puntualiza la dificultad o lo que conlleva tener una sola idea al conejo: necesitaba fruncir quince mil veces la nariz. Podría preguntarme ¿Cuánto me cuesta a mi tener una idea? Lo que Lispector está resaltando es que podemos tener una variedad de sentimientos, pero de ideas muy pocas. ¿Por qué empecinarnos en hablar sólo de ideas y no de nuestras emociones?
   Más adelante cuenta que el conejo se escapaba de su jaula. En ese momento, de una manera casi directa se dirige a los adultos que no a los niños, quiere que la leamos adultos pero aniñados, dice lo siguiente: Y empezó a escaparse sin ningún motivo, simplemente porque le daba la gana. (…) anhelaba, ansiaba de todo corazón escaparse; estoy segura de que comprendes, Paulo. Los niños no necesitan escapar porque no viven en jaulas. Los adultos vivimos en las jaulas de la melancolía o en los laberintos de la soledad y necesitamos evadirnos o de plano realmente renegar de nosotros mismos. Para Lispector la vida es una rutina: jaula o laberinto, la rutina que hace el conejito consiste en: comer bien y huir, siempre con el corazón alocado. Esto es agotador, aunque no lo pensemos ni estemos conscientes de ello nuestra cotidianidad consiste en vivir a salto de mata, tratándose de esconder, de escapar no de una situación sino de lo que en verdad somos. El cuaderno, diario o libro de notas, la escritura ayuda a sujetarnos, a calmar esa ansiedad que es la prisa, el deseo de huir., de no poder estar tranquilo en ninguna parte. Más adelante sigue describiendo cómo son estos animalitos con toda la malicia del mundo: los conejos son como los pajaritos: se asustan si uno los acaricia con mucha fuerza, pues no saben si es porque los quieren mucho o los quieren lastimar. La gente tiene que acercarse poco a poco para que se acostumbren, hasta ganarse su confianza. Estas frases me impactan, puede estar hablando de los conejos, pero es claro que está hablando de ella, de su timidez exacerbada, ese miedo a sentirnos buscados por inclusive nuestros propios amigos (es un cuento igual para niños que para adultos, advirtió). Porque las personas ya no se acercan poco a poco…creemos que ya no hay necesidad de ganarse la confianza de nadie o somos muy confiados. Posteriormente, aparecen estas otras líneas en el mismo cuento que me parecen todo un descubrimiento y que hablan de esa dicotomía entre la inteligencia y la sensibilidad, con la cual ella lucha y se defiende en muchas ocasiones en su obra: Sólo hay dos formas de descubrir que la tierra es redonda: leyéndolo en los libros o siendo feliz: un conejo feliz sabe un montón de cosas. Lispector se declara como no lectora y las cosas que sabe las sabe por su sensibilidad: Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni una “carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron, y sólo cuando realmente quise. ¿Soy una aficionada? Se pregunta y porque no lo es vuelve a cuestionarse ¿qué soy entonces? y entre otras respuestas dice: una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal. Esto mismo le dice Guimaraes Rosas en alguna ocasión y ella lo rescata en su libro Revelación de un mundo: A usted la leo no por lo literario sino por la vida. ¡Qué gran elogio! Quienes hemos leído a Lispector no pensamos, por lo que leemos, que cuente experiencias felices, aún cuando las haya, su felicidad radica en el hecho mismo de la escritura. Sinconsiderarse una intelectual, por su felicidad al escribir, Lispector sabía un montón de cosas.
   Del cuento La mujer que mato a los peces guardo un muy buen recuerdo. Había leído el texto y no me había entusiasmado mucho. Fue hasta que platicando con mi hijo sobre las mascotas que él había tenido y que se le habían muerto (conejos, tortugas, una tarántula, peces y hasta una planta carnívora), que el cuento cobró un sentido enorme. Es un relato largo, una especie de ensayo de escritura confesional o autoficción la llaman en España, autobiográfica; sobre los animales que ha tenido Lispector y una especie de alegato donde se justifica para declararse inocente por la muerte de los peces a los cuales se le olvidó darles de comer por, ni más ni menos, andar escribiendo. Se lo leí en voz alta a mi hijo, que entonces tenía quince años y que se llama Paulo, como el hijo de Lispector. Lo escuchó atentamente, nos reímos en algunas partes y estoy seguro de que encontró consuelo. El cuento creó sentido y significado. Y esto último, porque hubo alguien que escribió lo que le había sucedido con sus mascotas sin intentar hacer literatura. Literatura para mí es el modo como los otros llaman lo que nosotros hacemos, dice la propia autora en Revelación de un mundo y en relación con un congreso de literatura al cual no desea asistir; este nosotros somos tu y yo, lectores, seres comunes y corrientes; Si lo que hacemos es vivir nuestra vida con sus rutinas, sus obligaciones y sus innumerables anécdotas, ¿por qué no escribirla?
   Como dice, sobre los perros: no razonan mucho, lo que en verdad los guía es el amor que nace del corazón de los otros y de ellos mismos. Esto es lo que pide que hagamos: no razonar mucho y que nos dejemos guiar por el amor. Pero esto es difícil.
   Un autor que escribe con el cuerpo, como escribe Lispector, habla de sí mismo, de su yo, de su intimidad: La poesía en un jardín: un estado en el estado, señala Cioran en un aforismo, si esto es cierto, entonces la intimidad es esa flor inédita, insólita e inaudita que surge de la carne. No todos los escritores escriben con el cuerpo. Pero el que lo hace nos salva la vida, a veces a costa de la suya propia. No pone distancia entre su ser y sus palabras. Y a pesar de esto, aunque sea el más sincero con sus lectores y les deje saber que está allí con ellos, habrá cosas que no terminará de decir, espacios y tiempos detrás de sus ojos que no serán develados. No porque no lo desee sino porque existe esta imposibilidad de antemano de decirlo todo. Y sin embargo, lo que comparte sobre él mismo, es suficiente para acompañar al lector. La imposibilidad de decirlo todo, de decirlo bien, como se sabe, es lo que lo mantendrá escribiendo el resto de su vida. No existe la exactitud, sólo hay aproximaciones. ¿Cuál es la diferencia entres sus sentimientos y lo que podría sentir cualquier persona que sienta que su vida es una novela? Ninguna y todas (Cito). El personaje lector es un personaje curioso, extraño. Al mismo tiempo que completamente individual y con reacciones propias, está tan terriblemente ligado al escritor que en verdad él, el lector, es el escritor.
Concluyo diciendo que Clarice Lispector hace una invitación desde su obra a escribir las experiencias propias, desde ese lado oscuro que es la intimidad o el miedo de exponer lo que somos de vernos vulnerables, es más delicada una roca que una flor.

* Texto leido en el primer coloquio realizado en México La escirtura sitiada, en torno a  la obra de Clarice Lispector en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 27 de octubre de 2011.