martes, 27 de septiembre de 2011

Tres hormigas

¿De dónde habrán salido esas hormigas? Son dos o tres alrededor de la taza del baño de mi casa. No caminan en hilera. Vagan extraviadas. Se mueven de un lado a otro sin sentido aparente. Revisan o husmean (¿las hormigas husmean?). No se tocan una con otra. Las miro, observo sus torpes movimientos. Parecen estar desorientadas. El instinto parece no servirles de nada. Se mueven sin ton ni son. Aplasto una con mi pie descalzo. A otra le echo un poco de agua encima. La última desaparece.
   El baño no está limpio. He entrado a orinar y he visto tres hormigas, pero ahora no hay ninguna. Orino y salgo sin lavarme las manos. Sigo en lo mismo, en lo que estaba antes de ir al baño. No ha pasado nada. Si volviera al baño… cuando vuelva a entrar encontraré de nueva cuenta tres hormigas grandes, negras, como tintas chinas moviéndose, como tres pequeñas sombras balanceándose sobre la pared sin saber dónde detenerse, sin sentido alguno.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Piedras de Río Verde

Del viaje a Ciudad Valles
21 IV 2011
Las siete piedras de Río Verde resultaron ser, en lugar de los siete dioses, las siete llaves de las deidades para abrir las puertas del país de las maravillas que es Xilitla. Primera llave, la vereda, segunda llave: Los pistilos, la tercera llave las escaleras, que como algunas mujeres no llevan a ninguna parte. La cuarta llave las flores gigantes, la quinta llave el anillo de la reina. La sexta llave son los callejones del laberinto. La séptima llave: todo era un juego.
   Por primera vez en la vida me sentí dentro del país de las maravillas donde una puerta era Leonora Carrington para la cual no había ninguna llave sino un azar. Como si estuviera en un hormiguero transitaba por los niveles de los pasadizos del jardín: subía, bajaba, daba vueltas, avanzaba y retrocedía, no llegaba a ningún lado. Sólo hacía el recorrido por donde se alzaba esta escenografía, esta escultura, estructura de espacio donde el cerro, la sierra donde se enclavaba era parte de la construcción imaginada, así como el cielo y las nubes, el aire y el vacío también estaba conformado por el vértigo y el asombro entre la luz y su humedad. Mi hermana no entró y mi cuñado Clemente sólo me acompañó a ras de piso. Yo fui la altura y el viento recorriendo el espacio que se abría dentro de la forma.
   Me sentí maravillado y por un instante entre el color descarapelado y la fragilidad de las estructuras entre los esbeltos pistilos y las curvas de lo inesperado. Estaba en el lugar donde pertenezco. Sentí: estoy en el centro de mi corazón y mi corazón posee la forma de un jardín surrealista. Veía a jóvenes muchachas y muchachos enfrentando sus miedos, jugando en el tablero de este juego surrealista que también al mediodía había hallado por un instante su lugar en el mundo, aunque no sé que tan conscientes estuviesen de ello. Pero al escribir esta última frase me doy cuenta de la incongruencia. Todos estábamos en estado onírico, el sueño estaba en Xilitla y el jardín  de Edward James era la mejor mano que se pudiese jugar: todo es circular y mágico: las serpientes y las flores, las escaleras de caracol que no llegan a ninguna parte. Un disparate, el más hermoso, como el disparate del amor.

Xilitla significa en náhuatl el lugar de los caracoles.

Confirmo las palabras de Cioran: la poesía es un jardín, un estado dentro del estado. Yo estoy en el jardín. He llegado. Al fin he llegado y estoy recorriéndolo.

 A la manera de la Tía Mery
18-IX-2011
Hoy tomé las siete piedras de Río Verde. Siete llaves de siete deidades. Las pinté de negro. Luego, con la piedra más pequeña, hice una carita como si fuera la de una máscara africana: los ojos eran dos puntos rojos, una línea roja era la nariz, pinte con rayas verdes sus mejillas y una mancha amarilla como si fuese un tocado.
   La piedra que le seguía de tamaño la pinté con los mismos colores: rojo, amarillo y verde; pero sólo pequeñas manchas. Una de las llaves más alargada le embarré de rojo, líneas rojas, usaba un palillo chino como si fuera un pincel, me gustaron los rasgos y así la dejé. Otra, del mismo tamaño, pero delgada le hice un rostro cuyos ojos y nariz eran verdes y la maquillé con algunas manchas amarillas. En ese momento, llevaba cuatro piedras pintadas, me di cuenta que tenía un orden diferente al que había imaginado (por tamaño: de la más grande a la más pequeña), unas eran caritas y otras sólo estaban manchadas. Así que, decidí seguir ese orden que se me estaba dando de forma intuitiva. Tendría otro rostro y dos piedras más con manchas. La piedras más plana le puse con el pincel un borde rojo, embarré su interior de color amarillo con un cepillo de dientes, a las manchas les pasé la punta de la navaja del sacacorchos para dibujarle líneas negras.
   Quedaban las dos piedras más grandes. Una era un animal, una bestia con ciertas rugosidades que disfrutaba y la pinté de rojo con tres motivos azules en la parte superior y central de la piedra, la parte lisa. La última piedra era la deidad mayor. Los colores que había usado para los ojos de las otros dioses menores eran el verde y el rojo, así que usé el amarillo para pintarle sus ojos a este señor: hice dos manchas amarillas en cada lado de la piedra, al medio una línea del mismo color y siguiendo lo curvatura natural del lito hice otra mancha a manera de boca. A cada parte de esta cara la rodeé con verde y luego le puse a los ojos la pupila roja, los labios le hice un círculo con el mismo color, y puse un gesto de carmín en la nariz. Además, le puse aretes y un tocado en la cabeza para que se viera que era el de mayor jerarquía.
   Cuando estuvieron terminadas las siete piezas las miraba para encontrarles un ritmo, un orden, un sentido. Otra vez se volvieron a acomodar, ahora por parejas. Las más pequeñas fueron las primeras en ponerse cómodas: La máscara encontraba su base en la otra piedra manchada con los mismos colores. Las dos más grandes formaban la segunda pareja: el dios mayor y su demonio, que semejaba un corazón. Las dos delgadas y de en medio eran la tercera pareja: el hombre y su creación, el fuego.
   La piedra plana sirvió como la estela donde aparece contada esta historia.

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sábado, 17 de septiembre de 2011

Papar moscas


Una de las actividades que han requerido más mi atención a lo largo de mi vida es el oficio, mejor, el arte de papar moscas. Sí, soy un papador de moscas. Es decir, para que quede claro de una vez por todas, me la paso papando moscas.
   Cuando era pequeño nadie notaba esta acción en la cual fui afinando mis sentidos y creando mis hábitos mejores.
   La primera vez que alguien notó semejante desperdicio fue cuando cursaba el primero o segundo año de primaria. El maestro con un grito acompañado con el lanzamiento certero de su borrador sobre mi persona llamó mi atención:
-          Juan Pérez, dijo, deje usted de estar papando moscas y ponga atención a la clase.
   Siguieron muchas horas frente a las ventanas de mi casa,  en una banca en el parque, durante la noche recostado en las baldosas del patio (como si observara el infinito), leyendo algún libro, moviéndome  en una silla mecedora escuchando música, a mi novia, mi esposa, mis hijos, mis jefes de oficina.  Papar moscas se volvió una obsesión que aún padezco, pero que no puedo decir que sufro. Una amiga me decía, para hacerse comprensible tal estado: eres un pacheco natural; otra me tildaba de animal sagrado, como si fuera esta característica mía provocada por los efectos de alguna cruda originada por el alcohol.
   Para papar moscas no se necesita de ninguna infraestructura, es una actividad bastante económica y noble diría: sólo es necesario poner la mirada en algún punto lejano y comenzar a tejer una serie de pensamientos, recuerdos, sentimientos, evocaciones y ante esa telaraña de significados uno se encuentra de repente, sin desearlo, papando moscas…

lunes, 12 de septiembre de 2011

¡A bailar con el bomboro Quignard Quignard!

Butes de Pascal Quignard

Hace muchos años, así comienzan las historias infantiles, no sé si esta la sea, no creo en verdad. Pero hace varios años en Veracruz, fui a ver Todas las mañanas del mundo una película de Alain Croneau, con Gerad Depardiu  como Sainte Colombe, un compositor e intérprete de la viola de gamba francés, el autor de la novela en que se basaba el guión de la película era Pascal Quignard (aparece su crédito como co-guionista). Pero no lo registré, lo que recuerdo es que la mujer con quien vivía en ese momento y yo salíamos fascinados del cine: la música era bellísima. Recientemente, mi amiga Marisol me hablaba del mismo autor Pascal Quignard: leí Las sombras errantes que no me entusiasmo mucho, para ser una novela era muy poca narrativa y quizá una mezcla entre el ensayo y la poesía. Ahora pienso que quizá deba releerla. Después leí El lector, que si bien había una parte del libro que me interesaba, encontraba muy vago el tema en general. Había leído citas de él en algunos artículos periodísticos de su libro El sexo y el espanto y mi amiga Marisol me habla también de él, así que decidí leerlo. Al contrario de los otros dos éste último es un ensayo que como indica el título me espantó. Hice muchos subrayados y comentarios al margen de sus páginas. Hasta ahora no he escrito nada sobre él, seguro en su momento lo haré, después de que se me quite el miedo.
    Pero comento todo esto porque el viernes pasado me pagaron mi quincena y como acostumbro me fui a comprar algunos libros. Había visto Butes (editado por Sexto Piso) la semana anterior en la mesa de novedades del Péndulo. En la contraportada había leído que trataba sobre el mito de las sirenas: Ulyses, Orfeo y este hombre marginal de la historia de los argonautas Butes. Hace tiempo que colecciono sirenas y tengo algunos libros, como el de Meli Lao que abarcan el tema, y un ensayo escrito que publiqué en la revista Tierra adentro Veracruz: jardín de sirenas. Así que fui a comprarlo entusiasmado.
   El libros está dividido en diez y siete capítulos y cada capítulo lleva el nombre del autor al que hace referencia, un personaje que le sirve de ejemplo o el tema que trata: Apolonio, Egeo, Historia de Grecia, Antaño son algunos de ellos. Pascal Quignard hace un desglose de sus lecturas de los libros clásicos, nos cuenta lo que leyó de una forma clara y sencilla para luego hacer sus comentarios, especie de aforismos, aunque no tan breves para que sean máximas. Por eso, lo pondría de lado de los libros de Barthes, pero sobre todo de Cioran (porque el lenguaje de Quignard es sumamente poético), quizá se asemeje a alguno de Edmond Jabès. Un libro de ensayo entre el poema y la narración, casi sin narración.
   La pregunta que está atrás del libro o subyace en el texto es parecida a la que hace Shakespeare ¿ser o no ser? Que en estas páginas leo en su variante ¿Saltar o no saltar? Quignard hace una comparación entre la figura de Ulyses y Butes. Mientras lo leía, estuve acordándome de El libro por venir de Maurice Blachot, en el postfacio lo comentan, pero no dicen que en el ensayo “El canto de las sirenas” Blanchot hace una comparación semejante pero entre Ulyses y el capitán Ahab de la novela Moby Dick, otro libro que no parece lo que es, de Herman Melville:
   “Entre Acab y Ulises, el que tiene la máxima voluntad de poder no es el más desencadenado. En Ulises hay esa obstinación reflexiva que conduce al imperio universal; su astucia es hacer como que se limita su poder, buscar fríamente y de forma calculada lo que todavía puede frente al otro poder. Lo será todo si mantiene un límite así como ese intervalo entre lo real e imaginario que precisamente el Canto de las Sirenas le invita a recorrer. El resultado es una especie de victoria para él, un oscuro desastre para Acab. No se puede negar que Ulises haya oído lo que Acab ha visto, pero se mantuvo firme en el corazón de esa escucha, mientras que Acab se perdió en la imagen. Esto quiere decir que uno se negó a la metamorfosis en la que el otro penetró y desapareció. Tras la prueba, Ulises se encuentra tal y como era, y el mundo se encuentra quizá más pobre, pero más firme y más seguro. Acab no se encuentra y, para el propio Melville, el mundo amenaza constantemente con hundirse en ese espacio sin mundo hacia el cual lo atrae la fascinación de una sola imagen.”     
   Lo que Blanchot refiere al capitán Ahab Quignard lo dice de distinta forma de Butes. Butes es quien, al escuchar la música extraña de la sirenas, se para a bailar y salta del navío (Hart Crane también saltó del Orizaba en el Golfo de México partiendo de Veracruz y luego de una fiebre que le dio ahí). Ulises es la prudencia y Butes su contrario lo imprudente. Ulises, siguiendo ese cuento de Vila- Matas (Chet Baker piensa en su arte), es lo legible y Butes le ilegible. Ulises es el analizado y Butes el que vive en la inconsciencia. Pascal Quignard parece defender en su texto esta parte romántica de arriesgarse y zambullirse, porque lo natural es responder al instinto, aunque vaya en ello la vida; pero avisa, afortunadamente, que esto no conduce a ningún lado. 
   En el postfacio, escrito por Carmen Prado y Miguel Morey “Las voces del agua” (el mismo título que el libro sobre las sirenas de Félix Báez –Jorge), hacen sus autores esta pregunta ¿podría decirse que todo lo que acabamos de leer no es sino una explicación de por qué Butes saltó? Yo respondería que no. En el último capítulo titulado Aristóteles se lee: “Aristóteles escribió la psyqué –en latín el anima, en francés el aliento [soufflé]- es como una tablilla en la que el sufrimiento se escribe. La música viene a leer allí. He deseado destacar solamente este punto: sólo la música viene a leer allí”; En esta última parte del libro Pascal Quignard cuenta de sus dos pasiones personales: la música: “No he llevado la vida de músico como habría debido…”   y el amor “la joven alemana que me llevaba por las calles de Verneuil a lo largo de las murallas de los normándos y de los terrenos anegados del Iton.” Dos pérdidas. Pascal Quignard escribe todo un libro sobre Butes, ese argonauta que siguiendo sus deseos más primitivos se para y salta del navío para escuchar el canto prometido de las sirenas, para decirnos que él amó a una mujer y la perdió y que no es músico sino este escritor y: “Escribiendo no había cumplido mi destino.” Vaya.
   Sin lugar a dudas, es un libro sobre la perdida y el duelo que hay que vivir. También es un libro que habla sobre la música, la de Schubert, el baile ( la música se hizo para bailarla), el psicoanálisis, la estabilidad y las posibilidades de cada quien en la vida. Sobre todo es un libro sobre saber elegir o sobre la astucia para engañar al oponente. Una vez más, esa batalla entre Apolo y Dionisos, y entre la realidad y el deseo.
Franz Schubert piano sonata D 960, (primera parte)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Garabato


¿Qué cosa es un garabato? Un trazo hecho sin ton ni son. Lo primero que hay que hacer es poner la mente en otro lado, olvidarse de las cuestiones del intelecto: el garabato no significa nada. Lo coherente del garabato es su sinsentido. Un garabato es bailar guiado por una tinta. Puede garigolear (esta palabra es una garabato en si misma) con cierta diversión. Bajarse de la línea negra y transbordar en la siguiente parada. Un garabato es el sueño informe que resiste la claridad. Un garabato es una tinta aliada a la luz.
   ¿Cómo hacer un garabato? Tomar por sorpresa la pluma y comenzar a acariciar el papel: lento o con violencia. Se pueden hacer rayas paranoicas o esquizofrénicas. Quien lo desee puede repetir, calcar el hormigueo de su brazo dormido. Determinar el crecimiento paulatino de uno de sus bucles. Siempre hay algo de redondo en un garabato, una palabra por demás gorda, obesa, se le ven que le sobran los kilos a esas manchas gordinflonas: moscas aplastadas por la razón. Mancha que se extiende, pringa de la tinta.
   Escurridizo es el garabato: animal del inconsciente. Una alimaña va subiendo por el barandal de la imaginación. 

Le noir ramène au fondement, à l'origine. Henri Michaux.