jueves, 29 de diciembre de 2011

Tomás Segovia: sin arma y sin coartada

Algunos de los poemas publicados en Rastreos y otros poemas (Ediciones sin nombre 2011) los leí en algunos suplementos culturales como Laberinto del periódico Milenio y La jornada semanal: Era eso y Cuarto rastreo respectivamente. Comenté en otra entrada sobre el primero y el ejercicio que había hecho junto con mi amiga Lorena. Del segundo publiqué algunos versos en el muro de mi facebook. Transcribo la tercera estrofa completa:
Por una vez me lo diré en un sitio
Donde pueda decirme
Sin ser oído de ninguno
Que soy yo el más valiente
Soy el que no le teme
A la dulzura a la ternura a la emoción
Al peligroso amor ingobernable
No teme ser amado
Se atreve a dar la cara a esa deuda insaldable
Y prefiere arriesgarse a morir endeudado
Pero no mentirá que nada debe

Ese sitio del primer verso es un espejo, pero ese espejo es el poema. Por fortuna para sus lectores el poema es un espejo que resuena, y hacemos eco de las palabras. Como éste, los veinte rastreos que conforman la primera sección del libro son una especie de rendición de cuentas consigo mismo: Veinte rastreos por mis lindes es el título completo de la sección. 
   La segunda sección del libro se titula simplemente Otros poemas y a su vez se subdivide en  Horizonte arbolado, Hay días y Déjala correr. En la primera sección de esta segunda parte se habla de los árboles, en la segunda  de los días fríos. El nombre de la tercera sección me intriga un poco ¿a quién o qué se refiere? Es una frase como de director de cine: deja correr la cinta, la película, la vida.  En esta última parte encuentro poemas tan conmovedores como los primeros que he citado: Intruso, que habla de la muerte:
Qué me puede esperar allá adelante
Qué me puede esperar
Allá donde no hay nada que esté esperando nada
Y de la resignación de que uno también va a morir:
Qué peligrosa convicción seguir creyendo
Que yo el borrado yo el más huérfano
Nunca tendré derecho a dar la esplada

   Nacimientos, que para mí trata de su llegada a México y de cómo nació este amor interminable:
Que se podía hablar con el destino
Que no era cierto que era siempre de otros

   Pero es el poema De la mano el que volvió y vuelve ahora que lo releo a provocar el llanto, a que las cuerdas vocales hagan su nudo en la garganta:
Era mi infancia sí era mi infancia
Y la llevaba yo
Puedo decir que toda entre mis brazos
No hallaba en mi entorno extranjero
Donde posarla o con que envolverla
De sus días colgaban sin suelo sus raíces
Y en todo lo abarcable ningún sitio era el suyo
(…)
Aquella fresca brisa juguetona
Que me desordenaba los cabellos
Era tan mía como de cualquiera
Y no necesitaba apartar ningún velo
Para mirarle en los ojos  al mundo
Aquella brisa  clara aquel paisaje en vilo
Aquella hora sin dueño
Toda aquella indigencia sagrada eran el mundo
Y a falta de una brújula y un mapa
Eran la mano de la vida misma
La que allí me llevaba de la mano

   Cuánta orfandad e intemperie siento al leerlo. Hay muchos exiliados que nunca han salido de su tierra, para quienes el sentimiento de ausencia y soledad viene acompañado por la indiferencia y sus silencios. Tomás Segovia en el mismo poema escribe algo que me parece fundamental para ser un gran autor y no regatearle nada a esa vida que nos lleva de la mano casi maternalmente:
Avanzaba sin arma y sin coartada
Y desarmando toda enemistad

Es decir, se mostraba vulnerable y con una ternura infinita: la claridad de sentimiento. Que, quiero decirlo, ya se mostraba esa claridad, esa luminosidad (si bien desde siempre en sus poemas, menciono Besos por ser uno de sus más famosos), en el poemario Siempre todavía en poemas como Citas, Difícil o Más difícil.
   Miro la foto donde aparece Tomás Segovia junto con Gonzalo Rojas bebiendo un vino blanco y un tinto en la Casa del refugio de Citlaltépetl en el Distrito Federal. Los dos han fallecido este año.  La foto es oscura pero ellos se ven con bastante claridad. Tomás Segovia está hablando, dice algo, con el índice parece hacer hincapié en un pensamiento, no, en un sentimiento…casi lo oigo que asegura para quien quiera escucharlo - De eso se trata…


Tomás Segovia y Gonzalo Rojas celebran el fin de año 2011












lunes, 19 de diciembre de 2011

Estilo *


La isla puede llamarse Roatán, Alacranes o La Blanca.
El agua toma la forma de la inmensidad.

Sólo quien se zambulle y arriesga
aprecia todo lo hallado alrededor de la tortuga.
Quien permanece observando la arena
puede mirar las arañitas que entran y salen,
la huella del deambular de un caracol
(que por su trazo parece jugar a la ebriedad pasional),
la elegancia del Ángel Emperador
que asiste al espectáculo de Mimo, el pulpo de Indonesia.
Quien permanece observando la arena puede mirar
cuando, de forma intempestiva, aparece la cabeza de un pez abriendo la boca.

Abajo,
quien escucha la música silenciosa del mar
aprende a dejarse llevar al gran baile de las corrientes marinas.
Inmerso,
en la profundidad del océano
descubre, como si fuera el tesoro de un naufragio,
un vocabulario,
un ritmo,
otra forma de ser.
La parte acuática de su mundo.
Fotografía de Patricia Zorrilla de la serie Veracruz 05/08.                                                                                             
  
   
 * El poema lo escribí después de que Patricia me platicara sus experiencias en el buceo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El vicio de no poder ser yo mismo

Algunos tienen problemas con el alcohol, otros con las drogas, unos más con el tabaco, la comida o las mujeres; yo, con las tensiones que surgen entre el yo y el yo no... (no el no-yo sino el yo no).
   Yo tengo problemas conmigo mismo.