jueves, 8 de agosto de 2013

La parábola de los ciegos, una coreografía sobre la obra de Jorge Luis Borges


                                   Un poema que no se baila no es un buen poema, dijera Ricardo Yáñez.


                             
Diana Rayón y Enrique Melgarejo en La parábola de los ciegos
El trabajo interdisciplinario que realiza Diana Rayón (becaria del FONCA en el 2004 como intérprete), a través de su compañía Taller de quimeras, es un proyecto cuyo objetivo es organizar una serie de encuentros entre la danza,  literatura y  música. Arte escénico, le llama. Estos encuentros entre las artes comienzan con un tríptico cuyo motivo es la obra narrativa y poética del argentino Jorge Luis Borges  y conformado por La Biblioteca 14, al cual sigue La parábola de los ciegos y aún sin estrenar Los amores de Borges (las relaciones afectivas del poeta argentino es uno de los aspectos menos visitados entre los que escriben y tratan de desentrañar la escritura de este autor). La propuesta coreográfica es la réplica, la interpretación, que hace Rayón de sus lecturas del escritor argentino. La idea de llevar la literatura a la danza la he visto anteriormente cuando Raúl Flores Canelo montó una obra a partir de los poemas de Ramón López Velarde, cuando el centenario del jerezano; y más reciente, Raúl Parrao mostró la lectura que había hecho de Alejandra Pizarnik con La piedra de la locura, hay algunas otras. Sin embargo, en estos trabajos de la coreógrafa Rayón se escucha a los bailarines diciendo los poemas de Borges y tocando el piano; vemos personajes que no bailan sino actúan. Hay una dramaturgia y una complejidad, cierto barroquismo, del mismo talante de los textos borgeanos.
   La primera de estas obras, La Biblioteca 14, basada en relatos como La casa de Asterión y El inmortal, entre otros, propone un recorrido por el laberinto borgeano. El ciego Borges guía a los espectadores a través de cámaras donde se realizan los diferentes fragmentos de la obra, cada uno de ellos haciendo alusión a algún cuento o poema del escritor argentino. La biblioteca 14 termina donde comienza La parábola de los ciegos haciendo una especie de engarce. La voz de Borges lee el Poema de los dones mientras escuchamos la música de Phillipe Glass y se ven a dos ciegos (los ojos cubiertos por vendas) bailando, buscándose angustiosamente hasta encontrarse.
   Por esto, La parábola de los ciegos trata del amor, el de María Kodama y Jorge Luis Borges. Él escuchaba, su lectura pasaba por la voz de ella. La intención, comenta la autora de la coreografía, es mostrar una parte de Kodama y Borges...La obra en sí... es más acerca del vacío... de los colores de un ciego... de la desesperación, de la ayuda... me gustó que se sintiera eso... Amor. Pero, pues, todo eso que dice: el vacío, los colores de un ciego, la desesperación, la ayuda ¿no es esto una forma de describir el amor?     
   Cuando uno piensa en el amor es muy fácil caer en los lugares comunes... Mejor, pensar en esas otras emociones que al final de cuentas llegan al amor...Lo interesante es el recorrido para llegar a esa emoción... María Kodoma y Jorge Luis Borges son los amados, quienes por medio de la literatura unen sus vidas, a pesar del tiempo y la ceguera, laberintos que plasmó Borges en su obra.
Diana Rayón y Enrique melgarejo bailan ciegos el Poema de los dones
   En general, creo que es un montaje de mucho alarde, dicen, una obra ambiciosa (pero cumple su ambición), conmovedora. Los bailarines, la propia Diana Rayón y Enrique Melgarejo, bailan, durante unos 45 minutos, la mitad de ese tiempo con los ojos vendados (con los ojos tapados por un micropore), sin ver absolutamente nada y sólo guiándose por los sonidos que ellos mismos producen al bailar. Danzan con la técnica release, que propone que el movimiento del cuerpo sea fluido y relajado, suelto. Esta combinación hace que el público esté siempre en tensión y embeleso.
   Los capítulos y poemas que distinguen los diferentes episodios de La parábola de los ciegos son: El laberinto de Creta, donde declaman la prosa El laberinto, del libro Atlas.  Modesta ceguera personal, donde se citan las palabras de Borges de una conferencia de 1977; El ciego y el bastón; Solo; El umbral de los haikús, donde mencionan algunos de ellos del poema Diecisiete haikús; Poema de los destinos , en el cual leen en voz alta los poemas Oro de los tigres y Los destinos; El capítulo que da título a la obra La parábola de los ciegos donde se lee el cuento El otro y los bancos son obstáculos de vida; A un ciego y para terminar Poema de los dones  donde se escucha a Borges leer su poema y que comenté al principio de esta nota. Diana Rayón hizo la selección de textos para bailar y que dicen indistintamente ella y Enrique Melgarejo dándoles un sutil acento argentino y una intención a sus palabras. Así se ve que, además, es una forma de promover la lectura y una invitación a adentrarse al mundo de Borges para quienes no lo han leído.
El Umbral
   Quiero referirme en especial al capítulo denominado El umbral donde ambos intérpretes, con los ojos vendados, bailan tocando el piano: Es una de las partes más íntimas y hermosas de la obra. Es hasta una intervención a la composición minimalista al improvisar con la pieza. Porque de eso trata el amor. Yo nunca había visto a los bailarines tocando un instrumento en escena, menos el piano. Mucho menos, bailando así. A pesar de los vendajes que impiden la vista todo es exacto, ninguna nota fuera de su lugar y limpieza absoluta en sus movimientos. La comunión que hay entre los bailarines es impresionante. Por si fuera poco, dicen algunos haikús que Borges dedicó o escribió para Kodama : La vieja mano/ sigue trazando versos/ para el olvido. Es un imperio/ esta luz que se apaga/ o una luciérnaga. Lejos un trino/ El ruiseñor no sabe/ que te consuela. Callan las cuerdas/ La música sabía/ lo que yo siento.
   Los dedos ahí también están bailando. Mientras tocaban el piano. y los dedos de Diana Rayón recorrían el brazo Enrique Melgarejo hasta su mano recordé este fragmento de un poema de Roberto Bolaño:

   Al poco rato me di cuenta de que Laura jugaba, muy suavemente, pero era un juego: el meñique tomaba el sol sobre mi hombro, luego pasaba el anular y se saludaban con un beso, luego aparecía el pulgar y ambos, meñique y anular huían brazo abajo. El pulgar quedaba dueño del hombro y se ponía a dormir, incluso, me parece a mí, comía alguna verdura que crecía por allí pues la uña se clavaba en mi carne, hasta que retornaban el meñique y el anular acompañados por el dedo medio y el dedo índice y entre todos espantaban al pulgar que se escondía detrás de una oreja y desde allí espiaba a los otros dedos, sin comprender porque lo habían echado, mientras los otros bailaban en el hombro y bebían, y hacían el amor y perdían de puro borrachos, el equilibrio, despeñándose espalda abajo…los cuatro dedos magulladísimos, volvían a subir agarrados de mis vértebras, y el pulgar los observaba sin ocurrírsele en ningún momento dejar su oreja (En La Universidad desconocida, p302-303).

   Es decir, cuando juegan con el piano, sus dedos siguen de memoria la coreografía aprendida de la partitura de la obra musical. Mejor, no sólo los dedos sino todos los movimientos que realizan sus cuerpos en ese momento. Como he escrito, en este capítulo, en este umbral, es donde se entrelazan las interpretaciones: los bailarines son músicos que dicen poesía, no sólo la de Borges sino la proveniente de Diana Rayón al imaginar esta danza, tributo al ciego, dedicado a todo aquel que no quiere ver sus posibilidades. El ser humano en uno de sus momentos de mayor exigencia.
   ¿En dónde suceden estas interpretaciones coreográficas de Borges? En su ceguera, ese es su espacio. Todo sucede ahí, en la oscuridad del ciego, que no es precisamente el color negro, No hay lugar posible. Pues el ciego nunca ve dónde se encuentra. El sueño es como la ceguera, no hay un espacio donde suceda físicamente sino dentro de uno. Y sólo podemos creer en los sueños porque los hemos soñado, nunca dejan vestigio de nada. Todo el placer está en el fuera de lugar, señala Alan Pauls en El factor Borges, respecto a ese gusto del argentino por lo no académico ni acartonado, por buscar la vida en otra parte. Los bailarines trazan sus movimientos cursivos fuera de aquí.
  Por todo esto, La parábola de los ciegos de Diana Rayón es una obra elegante como beber vino con chocolate: Los amantes no se ven, se oyen. Se sienten. Por medio de la música del piano y la de los versos. El amor son dos ciegos buscándose al bailar. Se oyen, es decir se acarician. Las caricias son otra forma de danza. Es el oído, lo que al ciego permite guiarse, el sonido de la música, de los poemas, de los bancos así como en el amor: La enfermedad, la poesía, la música, la pintura y la danza se mezclan entre la arboleda y profundidad del mar escribe en un libro reciente, Mal de Graves, el genial poeta Francisco Hernández.
Diana Rayón diciendo El oro de los tigres de Jorge Luis Borges
   La parábola de los ciegos de Diana Rayón, y su proyecto con la compañía Taller de Quimeras, es una forma renovadora de ver la danza y de acercarse a la literatura. Sobre todo es, en sí misma, una práctica borgeana: colocar en otro lugar, en otro ambiente los textos de Borges y así darles otra lectura. Bailar el poema es darle sentido de nueva cuenta a los ritos legendarios. 

Se puede ver el video de esta prsentación en el siguiente enlace:
Y hacer contacto con la compañía en su página en facebook Taller de Quimeras
La función fue presentada en el marco del día internacional de la danza en el teatro El Granero Xavier Rojas el 28 de abril del 2013.