domingo, 30 de octubre de 2011

Novela



Primera parte
I
Puede llamarse Juan José o José Joaquín
está esperando que vengan por él en la Encrucijada Veracruzana.
No fuma un cigarro, aunque piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...
ni bebe un tequila, claro, piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...
mira, sin embargo,  los lentos giros cinematográficos del único ventilador del lugar y sigue esperando.

II

Ella le da un dulce y él lo acepta.
Cada vez que platica con ella, al finalizar la cita, le entrega un dulce.
Nunca ha entendido por qué.
Se despiden y ella le regala un dulce.
Llega a casa, se desnuda antes de meterse a la cama. Revisa los bolsillos del pantalón, saca el dulce y lo pone en el buró del lado donde duerme.
Los ha puesto antes sobre el alféizar de la ventana o sobre la cajonera junto al televisor.

III

En el libro anota algunas palabras y subraya algunas frases,
en la computadora escribe parte del informe,
en su libreta roja de apuntes dibuja unas líneas,
unos círculos y coloca ciertos números
Cuando levanta la cabeza, vuelve a esperar.

IV

Cuando llegan al cuarto, ella se recuesta en la cama y mira alrededor
ve los libreros repletos,
ve la cantidad de películas que hay sobre el armario y una cajonera,
ve el ventanal que da a la calle,
y pregunta intrigosa y tú ¿por qué tienes tantos dulces?
El sólo la mira de soslayo y no responde.

V

Despierta temprano, apenas la luz cruza por la ventana,
se levanta y va al baño a orinar.
Abre la puerta del cancel y entra a darse un regaderazo.
Sale, regresa al cuarto, se viste,
prepara un café y se sienta en la silla mecedora.
Pasa todo el día atento a la espera

VI

A veces, cuando está solo parado en la calle, en espera
sentado en el café Forié viendo pasar los perros, en espera
dentro de la cantina comiendo la botana y tomando la primera cerveza, en espera,
ella, como la luz o la lluvia, irrumpe en su vida.

VII

No sabe si quitarse los lentes o ponérselos,
los coloca sobre la mesa por un momento,
se los vuelve a poner y mira la calle, espera…

VIII
Mira el reloj y aguarda, ya llegarán.

IX

Cuando cierra los ojos siente sus manos alrededor de ellos
(No dice – Adivina quién soy? Le murmura algo al oído, unas palabras que piensa anotar después, pero cuando intente hacerlo se le habrán olvidado),
se relaja y dormita.
Se le ve mover los ojos tras los párpados cerrados.
Está soñando con unas palabras que ella le murmura al oído o al odio, según se prefiera.
Todo es un sueño y no hay palabras.
Se acomoda de nueva cuenta en el sillón y aguanta un rato más.


X

Primero, toma un autobús que lo lleve a la terminal.
Después, toma el metropolitano que nunca llega a la hora.
Cuando baja en la estación siguiente desciende por una escalera y aborda un taxi.
Indica al conductor, con las iniciales de cierta institución, adónde va
(no dice - Al aeropuerto rápido, por favor, como una vez lo dijo, pero piensa que sería más cinematográfico si lo hiciera...)
mira al chofer por el espejo retrovisor sin hacerle plática;
llega y se baja.
Entra al edificio, toma su lugar y espera a que el reloj de la hora, pero no llegan.

XI

Se hace un silencio…no piensa nada
Se aburre, mira por la ventana y el silencio no permite que pase nada
Se alarga la pausa…no piensa nada
Oye al silencio como se construye a pausas seguidas, a puro suspensivo…

XII

Persevera en el silencio un instante, en un punto que se hace seguido,
pero sus ojos observan a los lejos y algo de cristal se rompe.
Ella pregunta, apenas con el ceño cizañudo, si va a seguir así o qué.

XIII

Ninguno llega, nadie.
Observa el reloj y mira el nombre de las calles que forman la esquina del albur:
Xalapa y Zacatecas.
Está bajo el paraguas, en la lluvia. No vienen,
está esperando en la Encrucijada Veracruzana.
Le dijeron que aquí.
Busca un dulce en la bolsa del pantalón,
no encuentra nada. Llueve, hace frío y no pasa nada.
Espera…
                aguarda…
                                   y persevera…
camina hacia dentro
y escribe en la libreta roja de apuntes todo esto.

XIV

Mientras escribe:
(anota frases,
discrimina palabras, dibuja unas rayas, unos círculos
y coloca ciertos números);
termina por desaparecer.

XV
¿Continuará?

Segunda parte
I
Tendría que sostener un vaso de whisky con la mano para contar esta historia,
pero no lo tengo, escribo que escribe.
Enciende un cigarro en la oscuridad, frente a la ventana.
El humo que expira se ilumina por el arbotante de la esquina.
Piensa en la luz moviéndose en volutas.
Pero no puede escribirlo, porque, en verdad, no fumo.
Voy al baño, orino. Tomo las cafiaspirinas para el dolor de la sinusitis y el captopril.
Hace por abrir una ventana pero se da cuenta que no hay humo.

II
Las naranjas se pudren
Es como si dijera:
-         Pasa
Y no hubiera puerta o lugar alguno
No hay donde detenerse
Pasa…de largo. Y se pudren, otra vez.

III
Al cruzar la calle observa a los gitanos del primer piso.
Esa mujer de las cejas y los ojos pintados como una muñeca sacada de alguna pesadilla, husmea en los botes de basura.
Esta es la gente con la que convive.
Entra al departamento y se ríe porque encuentra una mariposa negra. Es un presagio de que alguien morirá. Pero el es el único que vive aquí.
Una casa vacía…qué diferencia a un vacío.
En los cajones no encuentra el prozac. Hace tiempo que no toma ativanes, piensa al asomarse por una hoja de la ventana a la calle.

IV
El destino del parque de béisbol esta marcado por el letrero con el nombre de la calle Tom H. Despierta a las 3:20 de la madrugada con un fuerte dolor de cabeza en la nuca y se levanta a tomar el captopril y escribe la frase que ha soñado. Afuera se oyen voces. Otra vez se asoma por la ventana: ve los camiones y trabajadores de la delegación cambiando el alumbrado público.

V
Mucho movimiento, pero sin sentido. Ahora quiero detenerme, quedarme quieto. Escribir tan solo una parte no todo. Capítulos breves, escenas, fragmentos que sean una unidad en si. Los he escrito, por ahí andarán. Basta sólo reunirlos. Detenerse a juntarlos… Abre la ventana y se le vuelan todas las ideas.

VI
Aparece por el atrio una mujer. Viste un verano blanco con vuelo y manchas rojas (no alcanza a distinguir que figura tiene dibujadas). Entra al edificio marcado con el número 915. La ve por la ventana del primer piso. Luego, vuelve a salir. Platica con un motociclista. Es blanca, de cabello negro y usa unas alpargatas de moda. Son sus piernas gruesas las que llaman su atención. Su amiga Jessica esta diciéndole algo, pero él cree que la historia esta allá fuera, detrás de la ventana.

VII
Yo escribo para los pichos, he sido siempre de los de atrás. De los que pierden su mirada, entre otras cosas, por la ventana.

VIII
Luego, me dieron el paquete, escribe haciendo énfasis en él. El paquete estaba envuelto en papel estraza y amarrado con un cordón blanco. Se oyen sirenas de policía por todo el texto y cláxones pitando de forma continuada por cada renglón de este párrafo: un paquete como dios manda. Un paquete de novela negra. Y se lo habían dado a él para que lo entregara.
   Recordó las volutas de luz, el whisky, la estancia vacía. La mujer del verano, sus anotaciones. Mira por la ventana y toma sus medicamentos. Está enfermo, va a morir y escribe esas frases incoherentes en su cuaderno rojo como si no le importara nada…

IX
¿Continuará?

viernes, 28 de octubre de 2011

Invitación para escribir la intimidad desde algunos cuentos para niños de Clarice Lispector *



Sólo se deberían escribir libros para decir cosas que uno no se atrevería a confiar a nadie.                                                                                                   
                                                                                                                        E.M. Cioran

                                                                                              Para mi amigo Pablo Gaete

                                                                                 
¿Por qué celebramos este día a Clarice Lispector? ¿Cuál es la razón que esgrime este puñado de sus lectores para escribir sobre la obra de esta autora abstrusa? Sin lugar a dudas, la razón que sea, no podrá ser de otra manera que elegante y delicada. No abordaré nada técnico. No he escrito nada parecido a recursos narrativos. Quiero abordar la cuestión de la intimidad en los cuentos infantiles de Clarice Lispector, relacionándola con un tema que me interesa, la promoción de la escritura entre las personas comunes y corrientes: la democratización de la escritura. Como pienso que creía Lispector: todos podemos ser escritores. En principio, diré que Clarice Lispector promueve la figura de un lector creativo en el sentido más práctico, alguien que cuando lee escribe sobre su lectura y su propia persona:
   Autor: Todo el mundo que ha aprendido a leer y escribir tiene ganas de escribir. Es legítimo: todo ser tiene algo que decir. Pero hace falta algo más que ganas para escribir. Ángela dice, como miles de personas dicen (y con razón): ‘mi vida es una verdadera novela; si escribiese contándola, nadie lo creería’. Y es verdad. La vida de cada persona es ‘increíble’. ¿Qué deben hacer esas personas? Lo que Ángela hace: escribir sin ningún compromiso. A veces escribir una sola línea basta para salvar el propio corazón, escribe Lispector en su libro Un soplo de vida. Pero ¿cuán seguido escribimos al menos esa línea, sin compromiso?  Se puede pensar que quien salva su propio corazón salva el de muchos otros. Por eso, es un poco egoísta no escribir, porque al no compartir nuestras experiencias estamos impidiendo de alguna forma el encuentro consigo mismo de otro, ayudar a construirse a alguien más, que es lo que yo entiendo como salvar el corazón, la vida. También, impedimos la creación de significado.
   Cuando se habla de promover la escritura se debería estar hablando de compartir y acompañar en sus experiencias a otros. Hay mucho pudor, no estamos acostumbrados a descubrirnos frente a los demás. ¿Cuántas veces hablamos de nuestros sentimientos más íntimos? ¿Cuántas veces confesamos nuestras tristezas y ridículos a otros? Muy pocas. Bukowski, al hablar de la cantidad de libros que había leído en la biblioteca pública de Los Ángeles, resaltaba la obra de John Fante Pregúntale al polvo (Anagrama), porque en él se veían los sentimientos sin pudor alguno, sin miedo. El autor, Fante, se mostraba vulnerable, tierno de tan exhibido y eso era una de sus grandes cualidades. La ternura es una cualidad de la escritura que Maurice Blanchot realza. Hay el perjuicio de que con los sentimientos no se trabaja la crítica. Sin embargo, para Clarice Lispector Escribir es, o quisiera que fuese, confesar mi intimidad. Sin embargo, aprendemos a escribir en la escuela transcribiendo textos de las barajitas que se compran en las papelerías, haciendo resúmenes de las lecturas que se han hecho; se enseña a escribir haciendo planas, copiando frases sin sentido, tomando el dictado. No muy lejos, en la universidad, se habla de “control de lecturas”, el único control que se quisiera que hubiese es el que cuando alguien leyera un texto, aunque no fuese literario, escribiera algo de lo que le dice el texto a él mismo y no lo que los profesores quieren que diga (que además, ya se sabe). Cuando se quiere que un estudiante escriba algo nuevo, se refiere a decir algo desde su intimidad. Como sucede en el cuento Los desastres de Sofía, donde un p´rofesor pide a sus alumnos escribir con sus propias palabras lo que les dice el cuento que les ha leído. Creo que este cuento no podría haber escrito en México, no hay profesores así, ni en la primaria  ni en las universidades. Dice Octavio Paz, en su gran poema Piedra de sol: Si dos se besan el mundo cambia ¿Quién no se interesa por escuchar la experiencia de un primer beso? ¿quién se atreve a escribir su primera experiencia amorosa? (Cito) Escribir es esa búsqueda de la voracidad íntima de la vida, dice Lispector, desde su propia experiencia. Por esa hambre de interior que es su escritura muchos lectores hombres la han tachado como una escritora para mujeres, y puede ser cierto en el sentido de que a los hombres se les dificulta, más que a las mujeres, abrir sus sentimientos a los otros, como asegura el mismo Paz en El laberinto de la soledad: abrirse, rajarse, no es de hombres.
   Ahora sí, adentrémonos en el libro La mujer que mató a los peces y otros cuentos de Clarice Lispector (Colección El barco de vapor, SM. 2004). De los cuatro cuentos que conforman el volumen, hay tres historias de las cuales me interesa platicar porque muestran, de una manera muy sencilla, la importancia que tiene la intimidad para poder contar algo, para poder escribir.
   El primero de los cuentos se llama La vida íntima de Laura y, en una especie de introducción a lo que va a contar, la autora da su propia definición de lo que es la intimidad (cito): Cuando digo vida íntima quiero decir que las personas no deben contarle a todo mundo lo que sucede en el interior de sus casas. Son cosas que no se le cuentan a cualquiera.
   De cualquier modo, voy a contarte la vida íntima de Laura. Subraya el nombre del personaje para después preguntar, quién es y pedirle a sus lectores que adivinen (podría ser cualquiera) para terminar diciendo que Laura es una gallina y además una gallina como todas, nada en especial, excepto por el hecho de que nos va a contar su vida íntima y este hecho vuelve a la gallina y al cuento excepcionales como se volvería quien contara lo que no le confesaría a nadie. Bajo las plumas de esta gallinita se encuentra nada menos que los miedos a la muerte y a las personas, sus cualidades, su esposo Luis, sus sentimientos y pensamientos chiquitos. En el mismo cuento, en una conversación de la gallina con un ser extraterrestre le dice éste: Los seres humanos son muy complicados por dentro. A veces se sienten comprometidos a mentir, imagínateComplicados por dentro, porque no queremos mostrarnos y entonces mentimos. La sinceridad con que cuenta acerca de ella en sus ficciones, sus dificultades para relacionarse con el mundo es una de las razones por las cuales la leemos, la leo.
   Un cuento muy sencillo y simpático, como la misma gallina Laura, donde sólo cuenta sucesos de la vida misma, eso sí hurgando hasta el fondo de cada uno de los cajones donde se guardan las sensaciones. Porque como dice la propia Lispector: Escribir es una manera de no mentir el sentimiento. El sentimiento es la carne de cada texto literario, casi bíblicamente diría que quien escribe debiera ofrecer su sangre y cuerpo a quien lo lee. Para no dejar hueca esa frase de la comunión con los lectores.
   El segundo cuento que quiero comentar es el de El misterio del conejo que sabía pensar. De éste la propia Lispector comenta, en el relato que da título al libro, que es un cuento igual para niños que para adultos (los mejores cuentos para niños son los que conmueven también a los adultos). Y vuelve a mencionar lo íntimo, como un hecho sobresaliente para crear una historia, al decir del misterio del conejo que pensaba: este misterio es más una conversación íntima que una historia en sí. Como escribe de la gallina que tiene sentimientos y pensamientos chiquitos y es más bien tonta (aunque el extraterreste que aparece en la historia la considera muy lista), del conejo dice: nunca nadie imaginó que el conejo pudiera tener algunas ideas. Fíjate bien: no dije “muchas ideas”, sólo dije “algunas”. Y más adelante, puntualiza la dificultad o lo que conlleva tener una sola idea al conejo: necesitaba fruncir quince mil veces la nariz. Podría preguntarme ¿Cuánto me cuesta a mi tener una idea? Lo que Lispector está resaltando es que podemos tener una variedad de sentimientos, pero de ideas muy pocas. ¿Por qué empecinarnos en hablar sólo de ideas y no de nuestras emociones?
   Más adelante cuenta que el conejo se escapaba de su jaula. En ese momento, de una manera casi directa se dirige a los adultos que no a los niños, quiere que la leamos adultos pero aniñados, dice lo siguiente: Y empezó a escaparse sin ningún motivo, simplemente porque le daba la gana. (…) anhelaba, ansiaba de todo corazón escaparse; estoy segura de que comprendes, Paulo. Los niños no necesitan escapar porque no viven en jaulas. Los adultos vivimos en las jaulas de la melancolía o en los laberintos de la soledad y necesitamos evadirnos o de plano realmente renegar de nosotros mismos. Para Lispector la vida es una rutina: jaula o laberinto, la rutina que hace el conejito consiste en: comer bien y huir, siempre con el corazón alocado. Esto es agotador, aunque no lo pensemos ni estemos conscientes de ello nuestra cotidianidad consiste en vivir a salto de mata, tratándose de esconder, de escapar no de una situación sino de lo que en verdad somos. El cuaderno, diario o libro de notas, la escritura ayuda a sujetarnos, a calmar esa ansiedad que es la prisa, el deseo de huir., de no poder estar tranquilo en ninguna parte. Más adelante sigue describiendo cómo son estos animalitos con toda la malicia del mundo: los conejos son como los pajaritos: se asustan si uno los acaricia con mucha fuerza, pues no saben si es porque los quieren mucho o los quieren lastimar. La gente tiene que acercarse poco a poco para que se acostumbren, hasta ganarse su confianza. Estas frases me impactan, puede estar hablando de los conejos, pero es claro que está hablando de ella, de su timidez exacerbada, ese miedo a sentirnos buscados por inclusive nuestros propios amigos (es un cuento igual para niños que para adultos, advirtió). Porque las personas ya no se acercan poco a poco…creemos que ya no hay necesidad de ganarse la confianza de nadie o somos muy confiados. Posteriormente, aparecen estas otras líneas en el mismo cuento que me parecen todo un descubrimiento y que hablan de esa dicotomía entre la inteligencia y la sensibilidad, con la cual ella lucha y se defiende en muchas ocasiones en su obra: Sólo hay dos formas de descubrir que la tierra es redonda: leyéndolo en los libros o siendo feliz: un conejo feliz sabe un montón de cosas. Lispector se declara como no lectora y las cosas que sabe las sabe por su sensibilidad: Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni una “carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron, y sólo cuando realmente quise. ¿Soy una aficionada? Se pregunta y porque no lo es vuelve a cuestionarse ¿qué soy entonces? y entre otras respuestas dice: una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal. Esto mismo le dice Guimaraes Rosas en alguna ocasión y ella lo rescata en su libro Revelación de un mundo: A usted la leo no por lo literario sino por la vida. ¡Qué gran elogio! Quienes hemos leído a Lispector no pensamos, por lo que leemos, que cuente experiencias felices, aún cuando las haya, su felicidad radica en el hecho mismo de la escritura. Sinconsiderarse una intelectual, por su felicidad al escribir, Lispector sabía un montón de cosas.
   Del cuento La mujer que mato a los peces guardo un muy buen recuerdo. Había leído el texto y no me había entusiasmado mucho. Fue hasta que platicando con mi hijo sobre las mascotas que él había tenido y que se le habían muerto (conejos, tortugas, una tarántula, peces y hasta una planta carnívora), que el cuento cobró un sentido enorme. Es un relato largo, una especie de ensayo de escritura confesional o autoficción la llaman en España, autobiográfica; sobre los animales que ha tenido Lispector y una especie de alegato donde se justifica para declararse inocente por la muerte de los peces a los cuales se le olvidó darles de comer por, ni más ni menos, andar escribiendo. Se lo leí en voz alta a mi hijo, que entonces tenía quince años y que se llama Paulo, como el hijo de Lispector. Lo escuchó atentamente, nos reímos en algunas partes y estoy seguro de que encontró consuelo. El cuento creó sentido y significado. Y esto último, porque hubo alguien que escribió lo que le había sucedido con sus mascotas sin intentar hacer literatura. Literatura para mí es el modo como los otros llaman lo que nosotros hacemos, dice la propia autora en Revelación de un mundo y en relación con un congreso de literatura al cual no desea asistir; este nosotros somos tu y yo, lectores, seres comunes y corrientes; Si lo que hacemos es vivir nuestra vida con sus rutinas, sus obligaciones y sus innumerables anécdotas, ¿por qué no escribirla?
   Como dice, sobre los perros: no razonan mucho, lo que en verdad los guía es el amor que nace del corazón de los otros y de ellos mismos. Esto es lo que pide que hagamos: no razonar mucho y que nos dejemos guiar por el amor. Pero esto es difícil.
   Un autor que escribe con el cuerpo, como escribe Lispector, habla de sí mismo, de su yo, de su intimidad: La poesía en un jardín: un estado en el estado, señala Cioran en un aforismo, si esto es cierto, entonces la intimidad es esa flor inédita, insólita e inaudita que surge de la carne. No todos los escritores escriben con el cuerpo. Pero el que lo hace nos salva la vida, a veces a costa de la suya propia. No pone distancia entre su ser y sus palabras. Y a pesar de esto, aunque sea el más sincero con sus lectores y les deje saber que está allí con ellos, habrá cosas que no terminará de decir, espacios y tiempos detrás de sus ojos que no serán develados. No porque no lo desee sino porque existe esta imposibilidad de antemano de decirlo todo. Y sin embargo, lo que comparte sobre él mismo, es suficiente para acompañar al lector. La imposibilidad de decirlo todo, de decirlo bien, como se sabe, es lo que lo mantendrá escribiendo el resto de su vida. No existe la exactitud, sólo hay aproximaciones. ¿Cuál es la diferencia entres sus sentimientos y lo que podría sentir cualquier persona que sienta que su vida es una novela? Ninguna y todas (Cito). El personaje lector es un personaje curioso, extraño. Al mismo tiempo que completamente individual y con reacciones propias, está tan terriblemente ligado al escritor que en verdad él, el lector, es el escritor.
Concluyo diciendo que Clarice Lispector hace una invitación desde su obra a escribir las experiencias propias, desde ese lado oscuro que es la intimidad o el miedo de exponer lo que somos de vernos vulnerables, es más delicada una roca que una flor.

* Texto leido en el primer coloquio realizado en México La escirtura sitiada, en torno a  la obra de Clarice Lispector en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 27 de octubre de 2011.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Las preposiciones de la poesía


A quienes les gusta el poema Piedra de sol podrán recordar los primeros versos de Octavio Paz: Un chopo de agua…enseguida me detengo y pienso que esta primera frase es como vaso de agua. Un vaso de agua es tan común que no se percata su metáfora implícita. A las educadoras les da por decir que el vaso no es de agua, que lo correcto es decir: vaso con agua, enseñan a los niños a pedir un vaso con agua y no de agua. Enseñan a desaparecer de la imaginación la poesía. Como el vaso, un chopo con agua no es nada poético. Un vaso de agua, aunque sea común es poético, porque no existen los vasos de agua son de cristal y mira, la siguiente parte de ese primer verso es: un sauce de cristal. ¿Paz pudo haber escrito este primer verso de su gran poema con esta idea del vaso? Los árboles son como los vasos de agua y cristal. Esto me remite a otro gran poema, el de José Gorostiza, Muerte sin fin, cito de memoria: Todo toma la forma del vaso que lo contiene: el agua toma la forma de un chopo, el cristal el de un sauce. Podría decir que el primer verso del poema de Piedra de sol es, en realidad, el vaso en que se contiene todo el poema.
   Cualquier objeto o frase común es susceptible de volverse poética. Piedra de sol, vaso de agua, sauce de cristal ¿no es el lenguaje ese alto surtidor que el viento de la poesía mece y dobla?

¿Amantes o amados?

En qué momento se privilegió a los amantes en lugar de los amados, pregunta Alejandra Pizarnik. La connotación moral de amante al tiempo que exalta, disminuye, es como el antihéroe, quizá, desde la singularidad, el amado sea pasivo, pero cuando son los amados es recíproco y se vuelven actores ambos del amor: los amantes es lo romántico, los amados es lo real. Ambos, cada uno de los amados, al ser objetos se vuelven sujetos; no hay que verlos por separado, los amantes siempre están distantes, los amados están juntos. Los amantes, esos amorosos del poema de Sabines, son los que esperan, los amados son los que comparten. Son los cursis, los que no se aventuran ¿en qué momento perdieron valor la tranquilidad y la ternura? El amante sólo ama y no es amado, consume pero no es consumido. Amado sin amar, amar sin ser amado, hay que congeniar esos términos hacerlos conciliar. Quizá, a eso se refiera Rimbaud cuando decía eso de inventar de nueva cuenta el amor. Yo he sido el amante, el otro, el que no puede ser infiel porque dejaría de ser el otro, decía un amigo. Y he comprendido que el rol secundario no es lo mío. Yo quiero ser amado, no como quisiera que me amen, sino en la totalidad de posibilidades de mi amada y amar al mismo tiempo con todas mis posibilidades. Fuera de la ansiedad y la angustia está el ser yo mismo con el otro.

domingo, 16 de octubre de 2011

Un cuento recuperado de José Emilio Pacheco

La bala*
  
Para el maestro Alfonso Reyes

Un fusil prusiano la encajó en el pecho de mi bisabuelo, en Sedán, un día de 1870. En el desangrado hospital de campaña quedaron sus hermanas y ella se enterró viva en un ramaje de costillas que la oprimían durante el sueño.
   Emparedada y quieta, supo a menudo de combates y lechos; le dio la vuelta al mundo; combatió en África y en Asia. Y más tarde en América, toleró que su dueño hiciera bromas a su costa. Pero terca, no permitió el agravio del bisturí; tímida, no molestó a quien la atesoraba.
   Un día, furiosa por tanta humillación y trabajada por las burlas, impidió respirar a su verdugo. Fredéric Berna murió en México en 1909, treinta años antes de que yo naciera.
   Cuando no conocía las palabras y el mundo era para mí un limbo de vibraciones y colores, de apetencias y lágrimas, exhumaron los restos del capitán francés y halló mi atónita familia ruinas de un esqueleto amarillento, sórdidamente presidido por la bala inmortal.
   En mi infancia me acostumbré a jugar con ella. Trastocando los tiempos, soñé que un pirata (que era yo, de algún modo, o al menos era el sueño de ese niño) se la clavó al francés en un fiero abordaje o que inversamente, yo vindicaría la afrenta, buscando al prusiano para otorgarle muerte semejante, para matarlo con la misma bala.
   Ahora que todo eso ya no existe; ahora que mi niñez y el principio de mi oscuro destino son irrecuperables, sigo jugando con la bala. En las noches la miro, la acaricio. Cualquier ruido la mueve y a veces pienso que va a decirme algo. Sabrá historias de guerra y aventuras de amor. Pero no dice nada. Se da cuenta que es mi antepasado y yo lo sé y por eso la respeto. Cuando muera, ella perecerá en mi cadáver, hasta que vuelva a manos de los hombres, recomience su historia y sea otra bala.

* Las historias literarias particulares comienzan con la amistad. Juan Vicente Melo y José Emilio Pacheco se hicieron amigos en el año de 1959 cuando el dramaturgo Hugo Argüelles (vecino y amigo de la infancia de Melo, y compañero de estudios de Pacheco), los presentó: “Era oportuno que Juan Vicente (cuenta Argüelles), comenzará a relacionarse con gente del medio, un día que nos vimos en el D.F., coincidió que yo tenía una cita con José Emilio en la Casa del lago y lo llevé para presentárselo. Enseguida se cayeron bien. Luego, nos reuníamos en casa de José Emilio y hablábamos de Borges y otros autores”. Por su parte, Juan Vicente Melo rememora un anterior encuentro con el autor de Las batallas en el desierto. En un texto sobre Pablo Casals, Melo escribe: “Recuerdo que en una ocasión mi madre me presentó a una señora acompañada por un niño inquieto, tímido, miope y gordito que se dedicó a repasar ávidamente los títulos de los libros. La señora, muy amable y afectuosa, nos dijo con una sonrisa de satisfacción y orgullo que a su hijo también le gustaba escribir. ‘Especialmente poesías’, aclaró. El niño se llamaba José Emilio Pacheco. (Notas sin música p.486). Pacheco, quien vivió muchos años de su infancia en el puerto y más grande los periodos de vacaciones, no recuerda esta primera presentación, pero su comentario acerca de los Melo es elocuente: “Eran como los Medicis”.
   A partir de las presentación hecha por Argüelles y del inicio de la amistad con Melo, Pacheco comienza a colaborar en “La semana cultural”, el primer suplemento cultural literario realizado en el estado de Veracruz y se encontraba dentro de las páginas de El Dictamen (No. 21 8/IX/59) El poeta y cuentista colaboraba de tres formas: escribiendo sus propios textos 8cuentos, poesías, reseñas, etc.) recolectando textos de otros autores amigos suyos (Francisco Cervantes, carlos Monsiváis, Lilia Carrillo, Jorge Alberto Manrique y hasta Alfonso Reyes) y bajo el heterónimo de Pedro Damián (autor de la novela El crimen de Caín, poeta y exiliado español) escribía la columna “Índice literario” , primer antecede de lo que luego fue su “Inventario”. Entre las colaboraciones firmadas con su nombre, JEP publica este cuento: “La bala”, el único que no fue incluido en libro La sangre de medusa, que intentó recopilar la obra cuentística desperdigada en revistas o periódicos.
  
   A propósito de la entrega del premio Alfonso Reyes a José Emilio Pacheco por parte del Colegio de México recordé la nota que escribí y publiqué en La jornada semanal sobre este cuento que encontré en la hemeroteca de El Dictamen (La jornada semanal Nueva Época, No. 86. 3 de febrero de 1991), y que no pude encontrar en internet (la nota). Por su importancia, ahora la transcribo (con algunos recortes que hice y que trataban sobre las características del suplemento veracruzano).