viernes, 28 de octubre de 2011

Invitación para escribir la intimidad desde algunos cuentos para niños de Clarice Lispector *



Sólo se deberían escribir libros para decir cosas que uno no se atrevería a confiar a nadie.                                                                                                   
                                                                                                                        E.M. Cioran

                                                                                              Para mi amigo Pablo Gaete

                                                                                 
¿Por qué celebramos este día a Clarice Lispector? ¿Cuál es la razón que esgrime este puñado de sus lectores para escribir sobre la obra de esta autora abstrusa? Sin lugar a dudas, la razón que sea, no podrá ser de otra manera que elegante y delicada. No abordaré nada técnico. No he escrito nada parecido a recursos narrativos. Quiero abordar la cuestión de la intimidad en los cuentos infantiles de Clarice Lispector, relacionándola con un tema que me interesa, la promoción de la escritura entre las personas comunes y corrientes: la democratización de la escritura. Como pienso que creía Lispector: todos podemos ser escritores. En principio, diré que Clarice Lispector promueve la figura de un lector creativo en el sentido más práctico, alguien que cuando lee escribe sobre su lectura y su propia persona:
   Autor: Todo el mundo que ha aprendido a leer y escribir tiene ganas de escribir. Es legítimo: todo ser tiene algo que decir. Pero hace falta algo más que ganas para escribir. Ángela dice, como miles de personas dicen (y con razón): ‘mi vida es una verdadera novela; si escribiese contándola, nadie lo creería’. Y es verdad. La vida de cada persona es ‘increíble’. ¿Qué deben hacer esas personas? Lo que Ángela hace: escribir sin ningún compromiso. A veces escribir una sola línea basta para salvar el propio corazón, escribe Lispector en su libro Un soplo de vida. Pero ¿cuán seguido escribimos al menos esa línea, sin compromiso?  Se puede pensar que quien salva su propio corazón salva el de muchos otros. Por eso, es un poco egoísta no escribir, porque al no compartir nuestras experiencias estamos impidiendo de alguna forma el encuentro consigo mismo de otro, ayudar a construirse a alguien más, que es lo que yo entiendo como salvar el corazón, la vida. También, impedimos la creación de significado.
   Cuando se habla de promover la escritura se debería estar hablando de compartir y acompañar en sus experiencias a otros. Hay mucho pudor, no estamos acostumbrados a descubrirnos frente a los demás. ¿Cuántas veces hablamos de nuestros sentimientos más íntimos? ¿Cuántas veces confesamos nuestras tristezas y ridículos a otros? Muy pocas. Bukowski, al hablar de la cantidad de libros que había leído en la biblioteca pública de Los Ángeles, resaltaba la obra de John Fante Pregúntale al polvo (Anagrama), porque en él se veían los sentimientos sin pudor alguno, sin miedo. El autor, Fante, se mostraba vulnerable, tierno de tan exhibido y eso era una de sus grandes cualidades. La ternura es una cualidad de la escritura que Maurice Blanchot realza. Hay el perjuicio de que con los sentimientos no se trabaja la crítica. Sin embargo, para Clarice Lispector Escribir es, o quisiera que fuese, confesar mi intimidad. Sin embargo, aprendemos a escribir en la escuela transcribiendo textos de las barajitas que se compran en las papelerías, haciendo resúmenes de las lecturas que se han hecho; se enseña a escribir haciendo planas, copiando frases sin sentido, tomando el dictado. No muy lejos, en la universidad, se habla de “control de lecturas”, el único control que se quisiera que hubiese es el que cuando alguien leyera un texto, aunque no fuese literario, escribiera algo de lo que le dice el texto a él mismo y no lo que los profesores quieren que diga (que además, ya se sabe). Cuando se quiere que un estudiante escriba algo nuevo, se refiere a decir algo desde su intimidad. Como sucede en el cuento Los desastres de Sofía, donde un p´rofesor pide a sus alumnos escribir con sus propias palabras lo que les dice el cuento que les ha leído. Creo que este cuento no podría haber escrito en México, no hay profesores así, ni en la primaria  ni en las universidades. Dice Octavio Paz, en su gran poema Piedra de sol: Si dos se besan el mundo cambia ¿Quién no se interesa por escuchar la experiencia de un primer beso? ¿quién se atreve a escribir su primera experiencia amorosa? (Cito) Escribir es esa búsqueda de la voracidad íntima de la vida, dice Lispector, desde su propia experiencia. Por esa hambre de interior que es su escritura muchos lectores hombres la han tachado como una escritora para mujeres, y puede ser cierto en el sentido de que a los hombres se les dificulta, más que a las mujeres, abrir sus sentimientos a los otros, como asegura el mismo Paz en El laberinto de la soledad: abrirse, rajarse, no es de hombres.
   Ahora sí, adentrémonos en el libro La mujer que mató a los peces y otros cuentos de Clarice Lispector (Colección El barco de vapor, SM. 2004). De los cuatro cuentos que conforman el volumen, hay tres historias de las cuales me interesa platicar porque muestran, de una manera muy sencilla, la importancia que tiene la intimidad para poder contar algo, para poder escribir.
   El primero de los cuentos se llama La vida íntima de Laura y, en una especie de introducción a lo que va a contar, la autora da su propia definición de lo que es la intimidad (cito): Cuando digo vida íntima quiero decir que las personas no deben contarle a todo mundo lo que sucede en el interior de sus casas. Son cosas que no se le cuentan a cualquiera.
   De cualquier modo, voy a contarte la vida íntima de Laura. Subraya el nombre del personaje para después preguntar, quién es y pedirle a sus lectores que adivinen (podría ser cualquiera) para terminar diciendo que Laura es una gallina y además una gallina como todas, nada en especial, excepto por el hecho de que nos va a contar su vida íntima y este hecho vuelve a la gallina y al cuento excepcionales como se volvería quien contara lo que no le confesaría a nadie. Bajo las plumas de esta gallinita se encuentra nada menos que los miedos a la muerte y a las personas, sus cualidades, su esposo Luis, sus sentimientos y pensamientos chiquitos. En el mismo cuento, en una conversación de la gallina con un ser extraterrestre le dice éste: Los seres humanos son muy complicados por dentro. A veces se sienten comprometidos a mentir, imagínateComplicados por dentro, porque no queremos mostrarnos y entonces mentimos. La sinceridad con que cuenta acerca de ella en sus ficciones, sus dificultades para relacionarse con el mundo es una de las razones por las cuales la leemos, la leo.
   Un cuento muy sencillo y simpático, como la misma gallina Laura, donde sólo cuenta sucesos de la vida misma, eso sí hurgando hasta el fondo de cada uno de los cajones donde se guardan las sensaciones. Porque como dice la propia Lispector: Escribir es una manera de no mentir el sentimiento. El sentimiento es la carne de cada texto literario, casi bíblicamente diría que quien escribe debiera ofrecer su sangre y cuerpo a quien lo lee. Para no dejar hueca esa frase de la comunión con los lectores.
   El segundo cuento que quiero comentar es el de El misterio del conejo que sabía pensar. De éste la propia Lispector comenta, en el relato que da título al libro, que es un cuento igual para niños que para adultos (los mejores cuentos para niños son los que conmueven también a los adultos). Y vuelve a mencionar lo íntimo, como un hecho sobresaliente para crear una historia, al decir del misterio del conejo que pensaba: este misterio es más una conversación íntima que una historia en sí. Como escribe de la gallina que tiene sentimientos y pensamientos chiquitos y es más bien tonta (aunque el extraterreste que aparece en la historia la considera muy lista), del conejo dice: nunca nadie imaginó que el conejo pudiera tener algunas ideas. Fíjate bien: no dije “muchas ideas”, sólo dije “algunas”. Y más adelante, puntualiza la dificultad o lo que conlleva tener una sola idea al conejo: necesitaba fruncir quince mil veces la nariz. Podría preguntarme ¿Cuánto me cuesta a mi tener una idea? Lo que Lispector está resaltando es que podemos tener una variedad de sentimientos, pero de ideas muy pocas. ¿Por qué empecinarnos en hablar sólo de ideas y no de nuestras emociones?
   Más adelante cuenta que el conejo se escapaba de su jaula. En ese momento, de una manera casi directa se dirige a los adultos que no a los niños, quiere que la leamos adultos pero aniñados, dice lo siguiente: Y empezó a escaparse sin ningún motivo, simplemente porque le daba la gana. (…) anhelaba, ansiaba de todo corazón escaparse; estoy segura de que comprendes, Paulo. Los niños no necesitan escapar porque no viven en jaulas. Los adultos vivimos en las jaulas de la melancolía o en los laberintos de la soledad y necesitamos evadirnos o de plano realmente renegar de nosotros mismos. Para Lispector la vida es una rutina: jaula o laberinto, la rutina que hace el conejito consiste en: comer bien y huir, siempre con el corazón alocado. Esto es agotador, aunque no lo pensemos ni estemos conscientes de ello nuestra cotidianidad consiste en vivir a salto de mata, tratándose de esconder, de escapar no de una situación sino de lo que en verdad somos. El cuaderno, diario o libro de notas, la escritura ayuda a sujetarnos, a calmar esa ansiedad que es la prisa, el deseo de huir., de no poder estar tranquilo en ninguna parte. Más adelante sigue describiendo cómo son estos animalitos con toda la malicia del mundo: los conejos son como los pajaritos: se asustan si uno los acaricia con mucha fuerza, pues no saben si es porque los quieren mucho o los quieren lastimar. La gente tiene que acercarse poco a poco para que se acostumbren, hasta ganarse su confianza. Estas frases me impactan, puede estar hablando de los conejos, pero es claro que está hablando de ella, de su timidez exacerbada, ese miedo a sentirnos buscados por inclusive nuestros propios amigos (es un cuento igual para niños que para adultos, advirtió). Porque las personas ya no se acercan poco a poco…creemos que ya no hay necesidad de ganarse la confianza de nadie o somos muy confiados. Posteriormente, aparecen estas otras líneas en el mismo cuento que me parecen todo un descubrimiento y que hablan de esa dicotomía entre la inteligencia y la sensibilidad, con la cual ella lucha y se defiende en muchas ocasiones en su obra: Sólo hay dos formas de descubrir que la tierra es redonda: leyéndolo en los libros o siendo feliz: un conejo feliz sabe un montón de cosas. Lispector se declara como no lectora y las cosas que sabe las sabe por su sensibilidad: Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni una “carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron, y sólo cuando realmente quise. ¿Soy una aficionada? Se pregunta y porque no lo es vuelve a cuestionarse ¿qué soy entonces? y entre otras respuestas dice: una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal. Esto mismo le dice Guimaraes Rosas en alguna ocasión y ella lo rescata en su libro Revelación de un mundo: A usted la leo no por lo literario sino por la vida. ¡Qué gran elogio! Quienes hemos leído a Lispector no pensamos, por lo que leemos, que cuente experiencias felices, aún cuando las haya, su felicidad radica en el hecho mismo de la escritura. Sinconsiderarse una intelectual, por su felicidad al escribir, Lispector sabía un montón de cosas.
   Del cuento La mujer que mato a los peces guardo un muy buen recuerdo. Había leído el texto y no me había entusiasmado mucho. Fue hasta que platicando con mi hijo sobre las mascotas que él había tenido y que se le habían muerto (conejos, tortugas, una tarántula, peces y hasta una planta carnívora), que el cuento cobró un sentido enorme. Es un relato largo, una especie de ensayo de escritura confesional o autoficción la llaman en España, autobiográfica; sobre los animales que ha tenido Lispector y una especie de alegato donde se justifica para declararse inocente por la muerte de los peces a los cuales se le olvidó darles de comer por, ni más ni menos, andar escribiendo. Se lo leí en voz alta a mi hijo, que entonces tenía quince años y que se llama Paulo, como el hijo de Lispector. Lo escuchó atentamente, nos reímos en algunas partes y estoy seguro de que encontró consuelo. El cuento creó sentido y significado. Y esto último, porque hubo alguien que escribió lo que le había sucedido con sus mascotas sin intentar hacer literatura. Literatura para mí es el modo como los otros llaman lo que nosotros hacemos, dice la propia autora en Revelación de un mundo y en relación con un congreso de literatura al cual no desea asistir; este nosotros somos tu y yo, lectores, seres comunes y corrientes; Si lo que hacemos es vivir nuestra vida con sus rutinas, sus obligaciones y sus innumerables anécdotas, ¿por qué no escribirla?
   Como dice, sobre los perros: no razonan mucho, lo que en verdad los guía es el amor que nace del corazón de los otros y de ellos mismos. Esto es lo que pide que hagamos: no razonar mucho y que nos dejemos guiar por el amor. Pero esto es difícil.
   Un autor que escribe con el cuerpo, como escribe Lispector, habla de sí mismo, de su yo, de su intimidad: La poesía en un jardín: un estado en el estado, señala Cioran en un aforismo, si esto es cierto, entonces la intimidad es esa flor inédita, insólita e inaudita que surge de la carne. No todos los escritores escriben con el cuerpo. Pero el que lo hace nos salva la vida, a veces a costa de la suya propia. No pone distancia entre su ser y sus palabras. Y a pesar de esto, aunque sea el más sincero con sus lectores y les deje saber que está allí con ellos, habrá cosas que no terminará de decir, espacios y tiempos detrás de sus ojos que no serán develados. No porque no lo desee sino porque existe esta imposibilidad de antemano de decirlo todo. Y sin embargo, lo que comparte sobre él mismo, es suficiente para acompañar al lector. La imposibilidad de decirlo todo, de decirlo bien, como se sabe, es lo que lo mantendrá escribiendo el resto de su vida. No existe la exactitud, sólo hay aproximaciones. ¿Cuál es la diferencia entres sus sentimientos y lo que podría sentir cualquier persona que sienta que su vida es una novela? Ninguna y todas (Cito). El personaje lector es un personaje curioso, extraño. Al mismo tiempo que completamente individual y con reacciones propias, está tan terriblemente ligado al escritor que en verdad él, el lector, es el escritor.
Concluyo diciendo que Clarice Lispector hace una invitación desde su obra a escribir las experiencias propias, desde ese lado oscuro que es la intimidad o el miedo de exponer lo que somos de vernos vulnerables, es más delicada una roca que una flor.

* Texto leido en el primer coloquio realizado en México La escirtura sitiada, en torno a  la obra de Clarice Lispector en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 27 de octubre de 2011.

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