La bala*
Para el maestro Alfonso Reyes
Un fusil prusiano la encajó en el pecho de mi bisabuelo, en Sedán, un día de 1870. En el desangrado hospital de campaña quedaron sus hermanas y ella se enterró viva en un ramaje de costillas que la oprimían durante el sueño.
Emparedada y quieta, supo a menudo de combates y lechos; le dio la vuelta al mundo; combatió en África y en Asia. Y más tarde en América, toleró que su dueño hiciera bromas a su costa. Pero terca, no permitió el agravio del bisturí; tímida, no molestó a quien la atesoraba.
Un día, furiosa por tanta humillación y trabajada por las burlas, impidió respirar a su verdugo. Fredéric Berna murió en México en 1909, treinta años antes de que yo naciera.
Cuando no conocía las palabras y el mundo era para mí un limbo de vibraciones y colores, de apetencias y lágrimas, exhumaron los restos del capitán francés y halló mi atónita familia ruinas de un esqueleto amarillento, sórdidamente presidido por la bala inmortal.
En mi infancia me acostumbré a jugar con ella. Trastocando los tiempos, soñé que un pirata (que era yo, de algún modo, o al menos era el sueño de ese niño) se la clavó al francés en un fiero abordaje o que inversamente, yo vindicaría la afrenta, buscando al prusiano para otorgarle muerte semejante, para matarlo con la misma bala.
Ahora que todo eso ya no existe; ahora que mi niñez y el principio de mi oscuro destino son irrecuperables, sigo jugando con la bala. En las noches la miro, la acaricio. Cualquier ruido la mueve y a veces pienso que va a decirme algo. Sabrá historias de guerra y aventuras de amor. Pero no dice nada. Se da cuenta que es mi antepasado y yo lo sé y por eso la respeto. Cuando muera, ella perecerá en mi cadáver, hasta que vuelva a manos de los hombres, recomience su historia y sea otra bala.
* Las historias literarias particulares comienzan con la amistad. Juan Vicente Melo y José Emilio Pacheco se hicieron amigos en el año de 1959 cuando el dramaturgo Hugo Argüelles (vecino y amigo de la infancia de Melo, y compañero de estudios de Pacheco), los presentó: “Era oportuno que Juan Vicente (cuenta Argüelles), comenzará a relacionarse con gente del medio, un día que nos vimos en el D.F., coincidió que yo tenía una cita con José Emilio en la Casa del lago y lo llevé para presentárselo. Enseguida se cayeron bien. Luego, nos reuníamos en casa de José Emilio y hablábamos de Borges y otros autores”. Por su parte, Juan Vicente Melo rememora un anterior encuentro con el autor de Las batallas en el desierto. En un texto sobre Pablo Casals, Melo escribe: “Recuerdo que en una ocasión mi madre me presentó a una señora acompañada por un niño inquieto, tímido, miope y gordito que se dedicó a repasar ávidamente los títulos de los libros. La señora, muy amable y afectuosa, nos dijo con una sonrisa de satisfacción y orgullo que a su hijo también le gustaba escribir. ‘Especialmente poesías’, aclaró. El niño se llamaba José Emilio Pacheco. (Notas sin música p.486). Pacheco, quien vivió muchos años de su infancia en el puerto y más grande los periodos de vacaciones, no recuerda esta primera presentación, pero su comentario acerca de los Melo es elocuente: “Eran como los Medicis”.
A partir de las presentación hecha por Argüelles y del inicio de la amistad con Melo, Pacheco comienza a colaborar en “La semana cultural”, el primer suplemento cultural literario realizado en el estado de Veracruz y se encontraba dentro de las páginas de El Dictamen (No. 21 8/IX/59) El poeta y cuentista colaboraba de tres formas: escribiendo sus propios textos 8cuentos, poesías, reseñas, etc.) recolectando textos de otros autores amigos suyos (Francisco Cervantes, carlos Monsiváis, Lilia Carrillo, Jorge Alberto Manrique y hasta Alfonso Reyes) y bajo el heterónimo de Pedro Damián (autor de la novela El crimen de Caín, poeta y exiliado español) escribía la columna “Índice literario” , primer antecede de lo que luego fue su “Inventario”. Entre las colaboraciones firmadas con su nombre, JEP publica este cuento: “La bala”, el único que no fue incluido en libro La sangre de medusa, que intentó recopilar la obra cuentística desperdigada en revistas o periódicos.
A propósito de la entrega del premio Alfonso Reyes a José Emilio Pacheco por parte del Colegio de México recordé la nota que escribí y publiqué en La jornada semanal sobre este cuento que encontré en la hemeroteca de El Dictamen (La jornada semanal Nueva Época, No. 86. 3 de febrero de 1991), y que no pude encontrar en internet (la nota). Por su importancia, ahora la transcribo (con algunos recortes que hice y que trataban sobre las características del suplemento veracruzano).
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