viernes, 12 de octubre de 2012

Al crematorio! Rquiem: la composición de hipnos para el fin de la literatura.



Rquiem de Víktor Ibarra es un poema sonoro. Un libro-cd, en su primera edición, con un ritmo musical que parece provenir de una misa negra. Esto que escucho ¿son palabras? Si lo son, parecen provenir de una lengua muerta. La voz parece estar distorsionada. En principio, parece que el texto está grabado al revés. Pero con el libro en la mano, las palabras se dicen una por una con un fraseo algo veloz, propiciado por lo corto de las mismas que casi tienen el mismo número de letras, líneas que semejan esos ejercicios para aprender mecanografía. Esto propicia un ritmo. La primera de 12 partes se llama Avstral, esta palabra se dice varias veces en esta primera sección y así pasa con las demás.
Presentación de Requiem de Viktor Ibarra. Foto: Alyna Nolasco

    El audio ayuda a comprender o a darle un sentido al texto, que parece creación del escritor que aparece en la película El resplandor de Stanley Kubrick. El libro también ayuda a entender que lo que escuchamos es lo que está escrito. Poesía abstracta en cuanto que no hay semántica a la cual asirse. Y, en cuanto a estar emparentada con las artes eólicas.
   Rquiem está inserto en la tradición de la poesía sonora que muchos han trabajado desde el dadaísmo pero que el autor le da una vuelta de tuerca al acercarse más a lo literario y hacer un distanciamiento con lo ambiental, fonético o noise como Mike Patton, por decir un ejemplo. Las palabras, aunque sin significados, lo anclan en el libro. Este da una idea de partitura, aunque no lo sea cabalmente. Nada aquí está en sus cabales.
   Resalto la complejidad del proyecto, de su concepto. Estas experimentaciones llevan sus propias reglas y una forma coherente de ser concebido (aunque pareciera un disparate). Aquí, la estructura se muestra en las diferentes partes de las que consta el libro. La grabación -digamos limpia- con la que se realizó, la forma, como dije, de coincidir el sonido con la palabra escrita. Las variantes en que se reproduce el texto, el armazón, la mancha de tinta, el margen justificado. La sintaxis oligofrénica.
   Así, Rquiem no deja de ser un juego que busca escandalizar. Al menos, sin buscar mucho, encontré cuatro programas de lectores automáticos de textos para reproducir en voz alta:  DSpeech 1.56.3, Talkin Translator Pro.1.9.2,  Moo Voice recorder 1.29 y Voice mail Compressor  2.20, pero es el uso de cualquiera de estos programa lo que lo convierte en otra cosa; por esto, también es un juego para iniciados, una broma, una burla a lo literario: la inflexibilidad de la locura. En ese sentido, es un poemario fascista como lo menciona su propio autor.  Ritual satánico o música para clones. En este tablero lúdico, todo está fuera de sus casillas.
   El lector o escucha se enfrenta al texto y transgrede la línea de la coherencia. El poema manifiesta una zona gélida de tropos y palpita la posibilidad de ser trastornados. Como el testamento del Dr. Mabuse, que hipnotizaba a quien lo leía y que había escrito de manera compulsiva desde el manicomio para cometer sus crímenes, este nuevo testamento ¿a qué incita, qué provoca? Como escribe Antonin Artaud: No tenemos nada que ver con la literatura (…) estamos totalmente decididos a hacer una revolución. 
   Rquiem se sitúa más allá de las jitanjáforas y es el gran extremo del VII Canto de Altazor. No hay que intentar dilucidar con los sentidos convencionales este libro. Sin prejuicios, se invita a escuchar la obra y percibir lo ininteligible, esta antinomia. Murmullo de vesania o continuo roer de la cucaracha kafkiana, es el fuera de aquí, el dónde, desde el cual se conmina a leer este poema extenso e intenso en el sentido de que puede reventarle los nervios a cualquiera: hipnotismo, lavado de cerebro.
   La vida está en otra parte, sentada en las rodillas de Ibarra. Este autor, alien o zombie, con estas especies de mantras hace una crítica al lenguaje como instrumento de comunicación, a la poesía gastada de decir lo mismo, a esos versos hologramáticos que vemos escritos en muchos libros de poemas. Rquiem es un código no descifrado, como los jeroglíficos o pinturas mayas que sólo podrían ser comprensibles bajo efectos de alguna droga enteogénica. No es la búsqueda de una semántica sino el exterminio de la misma, su destrucción masiva. El campo de concentración de la interpretación talmúdica, la purgación del idioma infectado, cámara de gases en que se ha sometido al entendimiento. Basca donde nadan trozos de todos los alimentos que se nos han sido dados y de todos los que, solos o en compañía, hemos masticado desde hace siglos. Este Rquiem fue compuesto para el entierro de la literatura.
   Texto neutro sin acento ni distinción de un origen. Interrogatorio y tortura. Víktor Ibarra lleva a cabo con las palabras lo que Octavio Paz sólo se atrevió a proponer en el fragmento IX de Trabajos del poeta… Llevado por el entusiasmo de los experimentos abro en canal a una, saco los ojos a otra, corto piernas, agrego brazos, picos y cuernos…hago picado lo redondo, espinoso lo blando, reblandezco huesos, orificios, vísceras y así creo seres graciosos y de poca vida.
   Hoy sueño un lenguaje de cuchillos y picos, de ácidos y llamas. Un lenguaje de látigos…un lenguaje guillotina…porque “no hay sitio para una palabra más”.
Avstral, Levolo, Aster, Karitas, Dntr, Nm, Kannon, Avstral, Astur, Karitas, Levolo, Lavidas, Volexj, Mnonittor, Karos…me dijo, el niño de la luna. 


Este texto lo leí en la presentación del libro el 10 de octubre de 2012 en el Museo del Chopo. También participaron Yaxkin Melchy y Javier Raya. Además, Viktor Ibarra realizó una preformance en uno de los patios del museo.

1 comentario:

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