Rquiem de Víktor
Ibarra es un poema sonoro. Un libro-cd, en su primera edición, con un ritmo
musical que parece provenir de una misa negra. Esto que escucho ¿son palabras? Si lo son, parecen
provenir de una lengua muerta. La voz parece estar distorsionada. En principio,
parece que el texto está grabado al revés. Pero con el libro en la mano, las
palabras se dicen una por una con un fraseo algo veloz, propiciado por lo corto
de las mismas que casi tienen el mismo número de letras, líneas que semejan
esos ejercicios para aprender mecanografía. Esto propicia un ritmo. La primera de
12 partes se llama Avstral, esta palabra se dice varias veces en esta primera
sección y así pasa con las demás.
Presentación de Requiem de Viktor Ibarra. Foto: Alyna Nolasco |
El audio ayuda a comprender o a darle un
sentido al texto, que parece creación del escritor que aparece en la película El resplandor de Stanley Kubrick. El
libro también ayuda a entender que lo que escuchamos es lo que está escrito. Poesía
abstracta en cuanto que no hay semántica a la cual asirse. Y, en cuanto a estar
emparentada con las artes eólicas.
Rquiem está inserto en la tradición de la
poesía sonora que muchos han trabajado desde el dadaísmo pero que el autor le
da una vuelta de tuerca al acercarse más a lo literario y hacer un
distanciamiento con lo ambiental, fonético o noise como Mike Patton, por decir
un ejemplo. Las palabras, aunque sin significados, lo anclan en el libro. Este da
una idea de partitura, aunque no lo sea cabalmente. Nada aquí está en sus
cabales.
Resalto la complejidad del proyecto, de su
concepto. Estas experimentaciones llevan sus propias reglas y una forma
coherente de ser concebido (aunque pareciera un disparate). Aquí, la estructura
se muestra en las diferentes partes de las que consta el libro. La grabación -digamos
limpia- con la que se realizó, la forma, como dije, de coincidir el sonido con
la palabra escrita. Las variantes en que se reproduce el texto, el armazón, la
mancha de tinta, el margen justificado. La sintaxis oligofrénica.
Así, Rquiem no deja de ser un juego que
busca escandalizar. Al menos, sin buscar mucho, encontré cuatro programas de lectores automáticos de textos para
reproducir en voz alta: DSpeech 1.56.3, Talkin Translator Pro.1.9.2,
Moo Voice recorder 1.29 y Voice mail Compressor 2.20, pero es el uso de cualquiera de estos
programa lo que lo convierte en otra cosa; por esto, también es un juego para
iniciados, una broma, una burla a lo literario: la inflexibilidad de la locura.
En ese sentido, es un poemario fascista como lo menciona su propio autor. Ritual satánico o música para clones. En este
tablero lúdico, todo está fuera de sus casillas.
El lector o escucha se enfrenta al texto y transgrede
la línea de la coherencia. El poema manifiesta una zona gélida de tropos y
palpita la posibilidad de ser trastornados. Como el testamento del Dr. Mabuse, que
hipnotizaba a quien lo leía y que había escrito de manera compulsiva desde el
manicomio para cometer sus crímenes, este nuevo testamento ¿a qué incita, qué
provoca? Como escribe Antonin Artaud: No tenemos nada que ver con la literatura
(…) estamos totalmente decididos a hacer una revolución.
Rquiem se sitúa más allá de las jitanjáforas
y es el gran extremo del VII Canto de Altazor.
No hay que intentar dilucidar con los sentidos convencionales este libro. Sin
prejuicios, se invita a escuchar la obra y percibir lo ininteligible, esta
antinomia. Murmullo de vesania o continuo roer de la cucaracha kafkiana, es el
fuera de aquí, el dónde, desde el cual se conmina a leer este poema extenso e
intenso en el sentido de que puede reventarle los nervios a cualquiera:
hipnotismo, lavado de cerebro.
La vida está en otra parte, sentada en las
rodillas de Ibarra. Este autor, alien o zombie, con estas especies de mantras
hace una crítica al lenguaje como instrumento de comunicación, a la poesía
gastada de decir lo mismo, a esos versos hologramáticos que vemos escritos en
muchos libros de poemas. Rquiem es un código no descifrado, como los
jeroglíficos o pinturas mayas que sólo podrían ser comprensibles bajo efectos
de alguna droga enteogénica. No es la búsqueda de una semántica sino el
exterminio de la misma, su destrucción masiva. El campo de concentración de la
interpretación talmúdica, la purgación del idioma infectado, cámara de gases en
que se ha sometido al entendimiento. Basca donde nadan trozos de todos los
alimentos que se nos han sido dados y de todos los que, solos o en compañía,
hemos masticado desde hace siglos. Este Rquiem fue compuesto para el entierro
de la literatura.
Texto neutro sin acento ni distinción de un
origen. Interrogatorio y tortura. Víktor Ibarra lleva a cabo con las palabras
lo que Octavio Paz sólo se atrevió a proponer en el fragmento IX de Trabajos
del poeta… Llevado por el entusiasmo de
los experimentos abro en canal a una, saco los ojos a otra, corto piernas,
agrego brazos, picos y cuernos…hago picado lo redondo, espinoso lo blando,
reblandezco huesos, orificios, vísceras y así creo seres graciosos y de poca
vida.
Hoy
sueño un lenguaje de cuchillos y picos, de ácidos y llamas. Un lenguaje de
látigos…un lenguaje guillotina…porque “no hay sitio para una palabra más”.
Avstral, Levolo, Aster, Karitas, Dntr, Nm,
Kannon, Avstral, Astur, Karitas, Levolo, Lavidas, Volexj, Mnonittor, Karos…me
dijo, el niño de la luna.
Este texto lo leí en la presentación del libro el 10 de octubre de 2012 en el Museo del Chopo. También participaron Yaxkin Melchy y Javier Raya. Además, Viktor Ibarra realizó una preformance en uno de los patios del museo.
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