sábado, 17 de septiembre de 2011

Papar moscas


Una de las actividades que han requerido más mi atención a lo largo de mi vida es el oficio, mejor, el arte de papar moscas. Sí, soy un papador de moscas. Es decir, para que quede claro de una vez por todas, me la paso papando moscas.
   Cuando era pequeño nadie notaba esta acción en la cual fui afinando mis sentidos y creando mis hábitos mejores.
   La primera vez que alguien notó semejante desperdicio fue cuando cursaba el primero o segundo año de primaria. El maestro con un grito acompañado con el lanzamiento certero de su borrador sobre mi persona llamó mi atención:
-          Juan Pérez, dijo, deje usted de estar papando moscas y ponga atención a la clase.
   Siguieron muchas horas frente a las ventanas de mi casa,  en una banca en el parque, durante la noche recostado en las baldosas del patio (como si observara el infinito), leyendo algún libro, moviéndome  en una silla mecedora escuchando música, a mi novia, mi esposa, mis hijos, mis jefes de oficina.  Papar moscas se volvió una obsesión que aún padezco, pero que no puedo decir que sufro. Una amiga me decía, para hacerse comprensible tal estado: eres un pacheco natural; otra me tildaba de animal sagrado, como si fuera esta característica mía provocada por los efectos de alguna cruda originada por el alcohol.
   Para papar moscas no se necesita de ninguna infraestructura, es una actividad bastante económica y noble diría: sólo es necesario poner la mirada en algún punto lejano y comenzar a tejer una serie de pensamientos, recuerdos, sentimientos, evocaciones y ante esa telaraña de significados uno se encuentra de repente, sin desearlo, papando moscas…

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