domingo, 18 de septiembre de 2011

Piedras de Río Verde

Del viaje a Ciudad Valles
21 IV 2011
Las siete piedras de Río Verde resultaron ser, en lugar de los siete dioses, las siete llaves de las deidades para abrir las puertas del país de las maravillas que es Xilitla. Primera llave, la vereda, segunda llave: Los pistilos, la tercera llave las escaleras, que como algunas mujeres no llevan a ninguna parte. La cuarta llave las flores gigantes, la quinta llave el anillo de la reina. La sexta llave son los callejones del laberinto. La séptima llave: todo era un juego.
   Por primera vez en la vida me sentí dentro del país de las maravillas donde una puerta era Leonora Carrington para la cual no había ninguna llave sino un azar. Como si estuviera en un hormiguero transitaba por los niveles de los pasadizos del jardín: subía, bajaba, daba vueltas, avanzaba y retrocedía, no llegaba a ningún lado. Sólo hacía el recorrido por donde se alzaba esta escenografía, esta escultura, estructura de espacio donde el cerro, la sierra donde se enclavaba era parte de la construcción imaginada, así como el cielo y las nubes, el aire y el vacío también estaba conformado por el vértigo y el asombro entre la luz y su humedad. Mi hermana no entró y mi cuñado Clemente sólo me acompañó a ras de piso. Yo fui la altura y el viento recorriendo el espacio que se abría dentro de la forma.
   Me sentí maravillado y por un instante entre el color descarapelado y la fragilidad de las estructuras entre los esbeltos pistilos y las curvas de lo inesperado. Estaba en el lugar donde pertenezco. Sentí: estoy en el centro de mi corazón y mi corazón posee la forma de un jardín surrealista. Veía a jóvenes muchachas y muchachos enfrentando sus miedos, jugando en el tablero de este juego surrealista que también al mediodía había hallado por un instante su lugar en el mundo, aunque no sé que tan conscientes estuviesen de ello. Pero al escribir esta última frase me doy cuenta de la incongruencia. Todos estábamos en estado onírico, el sueño estaba en Xilitla y el jardín  de Edward James era la mejor mano que se pudiese jugar: todo es circular y mágico: las serpientes y las flores, las escaleras de caracol que no llegan a ninguna parte. Un disparate, el más hermoso, como el disparate del amor.

Xilitla significa en náhuatl el lugar de los caracoles.

Confirmo las palabras de Cioran: la poesía es un jardín, un estado dentro del estado. Yo estoy en el jardín. He llegado. Al fin he llegado y estoy recorriéndolo.

 A la manera de la Tía Mery
18-IX-2011
Hoy tomé las siete piedras de Río Verde. Siete llaves de siete deidades. Las pinté de negro. Luego, con la piedra más pequeña, hice una carita como si fuera la de una máscara africana: los ojos eran dos puntos rojos, una línea roja era la nariz, pinte con rayas verdes sus mejillas y una mancha amarilla como si fuese un tocado.
   La piedra que le seguía de tamaño la pinté con los mismos colores: rojo, amarillo y verde; pero sólo pequeñas manchas. Una de las llaves más alargada le embarré de rojo, líneas rojas, usaba un palillo chino como si fuera un pincel, me gustaron los rasgos y así la dejé. Otra, del mismo tamaño, pero delgada le hice un rostro cuyos ojos y nariz eran verdes y la maquillé con algunas manchas amarillas. En ese momento, llevaba cuatro piedras pintadas, me di cuenta que tenía un orden diferente al que había imaginado (por tamaño: de la más grande a la más pequeña), unas eran caritas y otras sólo estaban manchadas. Así que, decidí seguir ese orden que se me estaba dando de forma intuitiva. Tendría otro rostro y dos piedras más con manchas. La piedras más plana le puse con el pincel un borde rojo, embarré su interior de color amarillo con un cepillo de dientes, a las manchas les pasé la punta de la navaja del sacacorchos para dibujarle líneas negras.
   Quedaban las dos piedras más grandes. Una era un animal, una bestia con ciertas rugosidades que disfrutaba y la pinté de rojo con tres motivos azules en la parte superior y central de la piedra, la parte lisa. La última piedra era la deidad mayor. Los colores que había usado para los ojos de las otros dioses menores eran el verde y el rojo, así que usé el amarillo para pintarle sus ojos a este señor: hice dos manchas amarillas en cada lado de la piedra, al medio una línea del mismo color y siguiendo lo curvatura natural del lito hice otra mancha a manera de boca. A cada parte de esta cara la rodeé con verde y luego le puse a los ojos la pupila roja, los labios le hice un círculo con el mismo color, y puse un gesto de carmín en la nariz. Además, le puse aretes y un tocado en la cabeza para que se viera que era el de mayor jerarquía.
   Cuando estuvieron terminadas las siete piezas las miraba para encontrarles un ritmo, un orden, un sentido. Otra vez se volvieron a acomodar, ahora por parejas. Las más pequeñas fueron las primeras en ponerse cómodas: La máscara encontraba su base en la otra piedra manchada con los mismos colores. Las dos más grandes formaban la segunda pareja: el dios mayor y su demonio, que semejaba un corazón. Las dos delgadas y de en medio eran la tercera pareja: el hombre y su creación, el fuego.
   La piedra plana sirvió como la estela donde aparece contada esta historia.

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